jueves, 20 de noviembre de 2008

Amanda Castro, desnuda y sin tregua

Amanda y yo en Tegucigalpa, octubre de 2005


Gracias a Patty por su ayuda
para conseguir textos y fotos.


Anoche soñé que Amanda avanzaba por una estancia amplia e iluminada, como un salón de la Casa Presidencial donde esta noche recibirá el premio Hoja de Laurel en Oro que, para reconocer la trayectoria artística de reconocidas personalidades hondureñas, otorga la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes de su país. En mi sueño el camino no era fácil ni despejado, como tampoco lo ha sido en la vida. Alguien le disparaba por la espalda —¡como tantas veces!— y ella caía, pero de inmediato se incorporaba con esa sonrisa pícara que sabemos de memoria quienes tenemos el privilegio de conocerla, levantaba una especie de ametralladora y despachaba a su invisible ajusticiador.
Desperté un poco apenada por el tono hollywoodense de la anécdota onírica, pero el mensaje era claro: una vez más Amanda vencerá, sea cual fuere el enemigo, con sus mejores armas, que siempre han sido las palabras, su “palabra-mujer”. No en balde el próximo 25 de noviembre, Día Mundial de la No Violencia contra las Mujeres, será una de las autoras a las cuales la Asociación Nacional de Escritoras de Honduras homenajeará en su evento anual “Cuatro Voces”, para honrar su sólida trayectoria literaria y sus compromisos sociales.
Sus “quince minutos de fama” llama Amanda a esta conjunción de celebraciones que realmente son el resultado de años de trabajo y entrega a las causas de la literatura y de las mujeres de su pueblo, de nuestros pueblos todos. En una carta circulada hace unos días entre sus amigos y colegas más cercanos, Amanda confiesa que ha decidido:



Aceptar el premio otorgado por la SCAD de Honduras/ en un evento que se llevará a cabo en la casa presidencial/ por respeto/ NO a la casa/ ni a sus ocupantes/ sino a la mujer que me nominó para tal premio/ La Compañera Escritora/ Rebeca Becerra/ de quien aprendí hace tiempo/ todo lo que sé del sufrimiento/ de este país en la Década Perdida/ Rebeca ha estado siempre para mí/ ligada no sólo a los desaparecidos de Honduras/ sino también a nuestra incipiente literatura testimonial/ y es a mi juicio quien merece un premio/ Es por respeto a Rebeca/ y a tantas otras mujeres que se han visto retratadas en mis palabras/ que acepto en su nombre/ ambos reconocimientos/
Hablo sobre todo de las más de mil mujeres asesinadas en este país/ y para quienes nadie recuerda ni siquiera su nombre/ Aprovecho estos 15 minutos de fama que la vida me otorga/ para ponerlos a su servicio/ porque de qué nos sirve tener la vida/ y la fama/ si no es para el servicio de una colectiva mayor/
Después de mucha y sosegada meditación/ he decidido traspasar la honra a estas mujeres/ darles a ellas el merecido premio/ que tanto les hace falta/ sacarlas del silencio/ recordar su vidas/ celebrar sus vidas/ y condenar sus muertes a destiempo/ llevando a cabo una vigilia/ ayuno/huelga de hambre/ entre 20 y el 25 de noviembre/ o hasta que las demandas sean satisfechas/




Según Helen Umaña en sus Estudios de literatura hondureña (Tegucigalpa, Guaymuras, 2000), los poemas de Amanda Castro, “arraigadamente vivenciales”, apelan a “la utilización de un habla que, sin cómodos eufemismos y a contrapelo de buenas conciencias y defensores del stablishment, diga de sí y de su manera de captar el universo […] [donde] la condición de género constituye una desventaja”. Y agrega la estudiosa que en esos versos “toda la República de Honduras —visualizada como si fuese una mujer— se percibe violentamente estigmatizada”.
Más allá de la concepción como simple objeto/sujeto amoroso, la mujer es el tema principal de la poética de Amanda Castro. Ellas aparecen, reiteradas, en sus páginas poéticas, en las ensayísticas y en su actividad como promotora cultural y activista feminista. Es la fundadora de Ixbalam Editores, una casa que ha dado cabida fundamentalmente a las letras de las mujeres; fue compiladora de Otros testimonios: Voces de mujeres centroamericanas, que publicó Letra Negra en Guatemala (2001) y reunió y tradujo A Bilingual Anthology of Poetry by Contemporary Honduran Women que, con prólogo de Nela Río, fuera editado en Nueva York en 2002. Y esa entrega traspasa los marcos de la literatura y se desborda hacia su entorno en empeños comunitarios como el Proyecto Siguapate.
Amanda, querida, me sumo a los merecidos homenajes que te rinden hoy tus compatriotas publicando estos poemas de tu libro inédito Desnuda y sin tregua, que has tenido la gentileza de compartirme y que prologaré con sumo gusto. Mientras recibas tu premio a nombre de las mujeres hondureñas, estaré recordando los momentos que hemos compartido, casi todos alegres —¿te acuerdas aquella cena en el restaurante cubano en Teguz?—, desde aquel 19 de octubre de 2005 en que Tegucigalpa se llenó de las mujeres de todos los confines que asistían al XV Congreso Anual de la Asociación Internacional de Literatura Femenina Hispánica que organizaste. Ya he contado otras veces que ese día, a la salida del aeropuerto, junto a un cartel de Juanes anunciando un refresco de cola había otro que decía: “La política sí es asunto de mujeres. Es nuestro derecho”. En ese instante supe que allí todo sería humanamente intenso, distinto al acartonamiento de las solemnidades y los protocolos oficiales. Y no me equivoqué.
¡Enhorabuena, hermana! El camino apenas comienza. Y en él estamos.


Amanda Castro nació en Tegucigalpa el 21 de octubre de 1962. Ha publicado, entre otros, Poemas de amor propio y de propio amor (1990); Celebración de mujeres (1993), Onironautas (2001), La otra cara del sol (2001), Quizás la sangre (2001), Una vez un barco (2004). Es doctora en filosofía por la Universidad de Pittsburgh y vive a saltos entre Honduras y Estados Unidos.



Satinada pantalla de la noche

Frente a esta satinada pantalla
tus labios envuelven mi cuerpo
me palpás completa
te palpo infinita
mar en calma
—la profundidad de mi piel
hundida en la tuya—
el palpitar de tu sangre
fluyendo en mis labios
bestia en celo
ansiosa y desatada

Tus labios
henchido deseo
en mi boca
manantial de lirios florecidos
y sé que te amo
en este desierto infinito de la memoria
alargada por los sueños

Te veo de pie
tras mis hombros
levantando mi pelo
tu aliento escurriéndose
apenas roza mi piel
y dejo caer el peso de mis años
para amarte una vez más

Reís
con la sonrisa de una mujer joven y libre
y nos veo adolescentes
explorando nuestros cuerpos
igual que la primera canción
redondeando la curvatura
de un seno despierto
con el toque y la humedad
de las lenguas
la endurecida punta
para complacer

Y me veo
lamiendo tus labios
prolongándome la vida
y acercándome a la muerte
envuelvo mi lengua con las palabras
que me has dado siempre
y te encuentro sentada en Mi Centro
—que ahora es el Tuyo—
y saboreo la sal de tu angustia
que lo absorbe todo

Con tus gritos tiernos
epitafios de placer
libero tu pelo
ondeando al viento otoñal
de nuestras costas
transparentes y profundas
estoy
apaciblemente tierna
rodeada por tus piernas
—barco por fin anclado—
aflojo de mi pecho
su amargura
—Me entregás todo—

Me elevo por los aires
con los duendes
que despiertan entre mil llagas
mi piel adormecida
el sollozo de mi llanto
placentero y pleno
salpica tus mejillas puras

Mi eterna compañera
te veo en la cocina sonriente
tragándote las gotas
que resbalan de mi frente
de mi pubis
tu lengua recorriendo
el abdomen contraído
de deseo
y subís
y subís
hasta los pechos
tus dientes los dominan dulcemente
y me estremezco una vez más
el sol y el mundo desaparecen
ante mis ojos
—ah!! la nada existencial!—
vivir la vida entera en un segundo
y soy bajo tu piel
la sangre que nos une
en nuestro lecho
y soy bajo tu piel la mujer que había soñado ser
y soy la mujer que ama a otra mujer
y soy tu mujer
y soy por fin quien soy



Extensión de las horas

Has venido a convertirte en todo
Extendiendo mis horas
repaso en mi memoria
tus ojos
relámpagos fugaces
fugitivos
tus manos
universos diminutos
de ternura y miel
la humedad
de tus labios
desatando en mis entrañas
una bestia adormecida
la curva de tu cuello
entre mis manos
trémula
tu olor a nardos y deseo
el eco profundo de tu voz
en despedida

Mi entraña arremetida
contraída
alada en convulsiones
derramándome toda en tu recuerdo
día y noche
con el constante salto
entre la piel y la esperanza
buscando una excusa para llamar
para escuchar tu voz
como granizos en mi espalda
para sentir de nuevo este hoyo
para sentir de nuevo
en tus labios este dolor
que atormenta mis pasiones
y mis sueños



Under the skin



I’ve got you under my skin
I have got you so deep in my heart
that you’re all ready a part of me.
Diana Krall

Escribo
para vos
estos poemas
de amor
entre mujeres
abrazando
de una vez
mi existencia
y el poderoso cordón
que enlaza nuestros vientres
en la noche
a oscuras
en el silencio
de esta soledad que habito
Porque sólo palabras
puedo darte
—son lo único esencialmente mío—
porque sólo narrando
tu historia
se teje con la mía
en la noche
a oscuras
Porque sólo las palabras
me permiten acariciar tu pelo
a la distancia
y en la memoria
porque sólo deslizando mis manos
sobre las teclas tenues
puedo sentirte
igual que a una canción
al interior de mis sentidos
porque sólo las palabras
pueden hablar de este compás
que marcan tus caderas
en mi pubis
Sólo las palabras
me permiten recorrerte entera
en un verso
en la noche y a oscuras



Primitivo amor

Primitivo es este deseo
de acercarme a tus labios
nuevamente
y morder tiernamente
tu cuello
sin llegar a lastimarte

Primitivo es este eco
que se agolpa entre nosotras
cada instante
recorriendo nuestras fuentes
como esferas de colores
—kundalini estremecido—

Primitiva es esta voz
que me despierta
el roce de tu piel
y una caricia prometida

Primitivo es este líquido
que derramo
sobre papeles blancos
como la sangre intensa
acumulada en el deseo
doloroso de mis labios

Primitivo
es este amor
que te propongo

Dibujo de Patricia Toledo

martes, 4 de noviembre de 2008

Sor Juana, la peor de todas

Cartel de la exhibición en inglés de
Yo, la peor de todas

En San Miguel Nepantla, un pueblito asentado a los pies de los volcanes, en las inmediaciones de la barroca capital de la Nueva España, nació el 12 de noviembre de 1648, según algunos, o de 1651, según otros, una niña a la que pusieron por nombre Juana. La De Asbaje y Ramírez de Santillana no era una niña “normal”: muy pequeña, aprendió a leer a escondidas de su madre y en 1659, a los ocho o diez años, ganó un premio por una loa al Santísimo Sacramento.
Mucho tiempo después escribiría en su Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz: “desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que he tenido muchas—, ni propias reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”.
En 1660 es enviada a casa de su tío Juan de Mata en la ciudad de México, donde en 1964 es recibida en el Palacio de los Virreyes, sitio que frecuentará en lo adelante, al convertirse en dama de honor de Leonor Carreto, marquesa de Mancera, y favorita de las siguientes virreinas, especialmente de la condesa de Paredes, a quien dedicará encendidos versos. Quienes vimos Yo, la peor de todas (1990) de María Luisa Bemberg —basada en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe de Paz—, seguro recordamos especialmente aquellos encuentros vespertinos con la virreina a quien, como buena ricachona poderosa, en su afán de halago y reverencia, le encantaba la calentadera.
Las imágenes de la Bemberg en aquella película que vi en el cine Yara de La Habana, en un Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, se mezclan ahora con el escenario real: ese imponente convento de San Jerónimo que hoy acoge a la Universidad del Claustro de Sor Juana. En el patio rodeado de galerías, retumban las voces del acto en el cual, en 1669, profesó con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz. Allí tendría una celda de dos pisos que fue su refugio de creación y en punto de reunión de poetas y escritores novohispanos, como su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora. Ahí la imagino, gracias a la Bemberg y a la pintura colonial mexicana, puliendo sus versos, debatiendo de filosofía, haciendo experimentos científicos, fantaseando —¿o realizando?— sus romances.
Cultivó todos los géneros literarios, sacros y paganos. Desde la lírica y el teatro hasta la epístola. Inmersa del espíritu barroco, hermanada con Góngora, Calderón y Gracián, es la máxima figura de las letras latinoamericanas del siglo XVII. En 1680 dirige el Arco Triunfal con que se recibe en la Catedral Metropolitana a los virreyes de Paredes; en 1689 se publica en Madrid el primer tomo de sus obras, Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, sor Juana Inés de la Cruz, que es reeditado un año después; en 1692 ve la luz el Segundo volumen de las obras de sor Juana Inés de la Cruz.
Pero la fama de la jerónima, sus “irreverencias” e “impropiedades”, causabas demasiados escozores. A su confesor, Antonio Núñez de Miranda, le disgustaban sus actividades intelectuales, atípicas en las mujeres de su época, y varias veces la instó a renunciar a ellas. Después, se vio involucrada en la disputa teológica con el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, que diera lugar a su famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Fruto de esa envidia y ese celo, mientras en Europa eran reeditadas sus obras y devoradas como pan caliente, fue obligada a despojarse de su biblioteca y de su colección de instrumentos musicales y científicos, y a renunciar a la literatura. Así la sorprendió la muerte en la madrugada del 17 de abril de 1695. Cinco años después se publicó en España el tercer tomo de su obra, Fama y obras póstumas del Fénix de México.
A pesar de su diatriba a Sor Filotea y de “Hombres necios que acusáis/ a la mujer…”, que tanto nos sirven hoy como banderas, no había en aquellos ya lejanísimos ayeres conciencia feminista y mucho menos lésbica. En los textos que van a leer a continuación, de sus Sonetos de amor y de discreción, sólo está el puro fluir del sentimiento y del impulso creativo que, atrevida como era, tantos desaguisados le provocaron a la Madre Juana, “la peor de todas”.




En que satisface un recelo con la retórica del llanto.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.



Que explica la más sublime calidad del amor.

Yo adoro a Lysi, pero no pretendo
que Lysi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y aprehensión ofrendo.
No emprender, solamente, es lo que emprendo:
pues sé que a merecer tanta grandeza
ningún mérito baste, y es simpleza
obrar contra lo mismo que yo entiendo.
Como cosa concibo tan sagrada
su beldad, que no quiere mi osadía
a la esperanza dar ni aun leve entrada:
pues cediendo a la suya mi alegría,
por no llegarla a ver mal empleada,
aun pienso que sintiera verla mía.


De una reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión.

Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba;
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro,
rendido el corazón daba penoso
señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso
volví en mi acuerdo y dije: —¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?


Que contiene una fantasía contenta con amor decente.

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra pasión mi fantasía.


Discurre inevitable el llanto a vista de quien ama.

Mandas, Anarda, que sin llanto asista
a ver tus ojos; de lo cual sospecho
que el ignorar la causa, es quien te ha hecho
querer que emprenda yo tanta conquista.
Amor, señora, sin que me resista,
que tiene en fuego el corazón deshecho,
como hace hervir la sangre allá en el pecho,
vaporiza en amores por la vista.
Buscan luego mis ojos tu presencia
que centro juzgan de su dulce encanto;
y cuando mi atención te reverencia,
los visuales rayos, entretanto,
como hallan en tu nieve resistencia,
lo que salió vapor, se vuelve llanto.

lunes, 27 de octubre de 2008

Renée Vivien, una Safo en París

Renée Vivien, de pie, junto a Natalie Clifford Barney




El 11 de junio de 1877 nació en Inglaterra esa muchachita flacucha a la que pusieron por nombre Pauline Mary Tarn y que dos décadas después, respaldada por una cuantiosa herencia, se instala en París y asume el seudónimo literario que la hará trascendente: Renée Vivien.
Entre viajes a tierras exóticas y romances deambula por esa época legendaria que fueron los primeros años del siglo pasado en la capital francesa. Allí conoció a la famosa Natalie Clifford Barney, a quien llamaban La Amazona, personaje emblemático de lo que hoy podríamos llamar la bohemia lésbica, cabecilla del grupo que pretendió emular a la Casa de las Servidoras de las Musas de Safo. Después de haber idealizado una pasión platónica con su amiga de la infancia y vecina Violet Shillito, fue con Natalie con quien Renée conoce el amor carnal y con quien mantuvo una apasionada relación intermitente.
En tanto, sostiene también un romance epistolar con Kérimé Turkan-Pacha, esposa de un diplomático de Constantinopla. Sin embargo, la estabilidad emocional se la daría la baronesa Hélène de Zuylen quien, a pesar de estar casada y tener dos hijos, permaneció a su lado —con alguna traicioncilla de por medio— hasta el final de su corta vida y colaboró con ella en varias de sus obras, publicadas —se presume— con el seudónimo de Paule Riversdale.
Deudora de Baudelaire y de Verlaine, entre sus obras más significativas se encuentran Études et préludes (1901), Cendres et poussières (1902), La Vénus des aveugles (1903), À l’heure des mains jointes (1906), Flambeaux éteints (1907), Sillages (1908), Dans un coin de violettes (1909), Haillons (1910). Cultivó varios géneros: novela, relato, prosa poética, teatro y narrativa. Incluso escribió una biografía de Ana Bolena. También hizo en 1903 adaptaciones de la poesía de Safo que se regodean y enfatizan la carga de erotismo lésbico del original griego.
Luis Antonio de Villena la ha considerado “una Safo en el París de 1900”. De ella dice: “Vivien, con las espléndidas herramientas de la poesía simbolista finisecular, construye un mundo lírico decadente y hedonista. Lleva a sus más radicales consecuencias algunos de los registros de la fatalidad nihilista y de la perversidad voluptuosa tan en boga en el arte de 1900”.
Se le conocía como la Musa de las Violetas, por su obsesión con esas flores pero, al parecer también, por su otra obsesión: Violet Shillito, su amor irrealizado. Agobiada por las enfermedades y las deudas, la inestabilidad sentimental, el uso y abuso de drogas y alcohol, intentó suicidarse en Londres, en 1908, tomando láudano. Quienes evitaron su muerte, encontraron sobre su pecho un ramo de violetas.
Su salud se deterioró hasta tal grado, que a los 30 años caminaba ayudada por un bastón. Murió en París la mañana del 10 de noviembre de 1909, a los 32 años, aquejada de anorexia. Fue enterrada en el cementerio de Passy.





LUCIDEZ

El arte delicado del vicio ocupa tus recreos,
Y tú sabes despertar el calor de los deseos
A los cuales tu cuerpo pérfido se arrebata.
El olor del lecho se mezcla con los perfumes de tu ropa.
Tu rubio encanto se asemeja a la insipidez de la miel.
No amas más que lo falso y lo artificial,
La música de las palabras y de los débiles murmullos.
Tus besos se desvían y se insinúan sobre los labios.
Tus ojos son inviernos pálidamente estrellados.
Los lutos siguen tus pasos en tétricos desfiles.
Tu gesto es un reflejo, tu palabra es una sombra.
Tu cuerpo se aplaca bajo besos sin nombre,
Y tu alma está ajada y tu cuerpo usado.
Lánguido y lascivo, tu artero roce
Ignora la belleza leal del abrazo.
Mientes como se ama, y, bajo la dulzura fingida,
Se siente el arrastramiento del reptil atento,
En el fondo de la sombra, tal que un mar sin arrecife,
Los sarcófagos son aún menos impuros que tu cama...
¡Oh mujer!, yo lo sé, ¡pero tengo sed de tu boca!

Tomado de Mado Martínez (selecc. y trad.), Poemas de Renée Vivien,
Barcelona, UAB, Lectora, 2004.



NUESTRA ES LA NOCHE

Hora del despertar... Abre tus párpados.
A lo lejos afila sus luces la luciérnaga.
El asfódelo pálido emana puro amor.
La noche llega. Vamos, amiga extraña mía.
La luna reverdece el azul de los montes.
La noche es nuestra. El día, que sea de los otros.

Sólo escucho en la hondura de bosques taciturnos
el crujir de tu ropa, de las nocturnas alas.
El acónito en flor, de un blanco quejumbroso,
exhala sus perfumes, sus íntimos venenos...
Un árbol traspasado con un soplo de abismos
nos cerca con sus ramas, ganchudas como dedos.

El azul de la noche se expande y fluye. Ahora
es más ardiente el goce y es la angustia mejor.
El recuerdo es hermoso como un palacio en ruinas...
Fuegos fatuos, entonces, recorren nuestras vértebras,
pues resucita el alma de las tinieblas hondas.
Solamente la noche nos convierte en nosotras.



VICTORIA

Dame los besos tuyos amargos como lágrimas,
de noche, cuando aquietan los pájaros sus vuelos.
Poseen nuestras cópulas, largas y sin amor,
júbilo de rapiña, crueldad de violaciones.
Tus ojos reflejaron esplendor de tormenta...
¡Exhala tu desprecio hasta en tu propio espasmo,
querida mía, y ábreme con cólera tus labios!
Beberé lentamente las hieles y el veneno.
Tiemblo como un ladrón ante un botín insólito
en la noche de fiebre que apaga tu mirada...
¡El alma brusca y bárbara de los conquistadores
canta en mi propio triunfo!



LLÉVAME A TI, VENECIA

Sin amiga y sin libro, errante en las orillas
que mustia el sol y acaricia la luna,
Venecia, yo he de ser como una dogaresa
poseída por el sueño de tus canales lúgubres.
Tú, que sabes cuán fuertes pueden ser las tristezas
–porque su voluntad triunfa sobre el instinto
y poseen un rostro distinto que lastima–,
arrástrame, Venecia, a tu honda agua marchita.
Y cuenta a esos amantes vulgares del futuro
que ya les he juzgado y que yo los desprecio.
Oh tú, la solitaria, la altanera Venecia,
diles que nos burlamos de su humana alegría.
Desdeñémosles: son una turba insensata.
Ellos no saborean el exquisito tedio
de estar solos en medio de los hombres: a ellos
un desorden carnal les mató el pensamiento.
Diles, oh tú que flotas en las aguas
Fúnebre como yo, fría y oscura,
diles tú con mi voz de sombra y ya sin eco:
sólo es bella la muerte en tus hondos canales.

Tomados de Renée Vivien, Poemas (trad. y prólogo de Aurora Luque;
epílogo de Maria-Mercè Marçal), Tarragona, Igitur, 2007.

Artemisa y las amazonas. Del humor en la literatura lésbica

Artemisa



Texto leído en el XIII Encuentro Internacional de Escritores en Monterrey.




Artemisa, hija de Zeus y Latona, era, entre los griegos, la diosa virgen de la caza. Cuentan que habiendo visto a su madre sufrir terribles dolores de parto, fue tal su aversión al matrimonio que pidió de su padre la gracia de guardar perpetua virginidad. ¿Qué?, ¿perpetua virginidad?... Oh oh, creo que esta familia tenía un problemita… ¿Por qué andaría Artemisa de arco y flechas, rodeada de una corte de muchachonas fornidas y atrabancadas, jugando de manos, refrescándose en los arroyos, durmiéndose juntas en aquellos bosques? ¿Por qué al pobre de Acteón, que tuvo la desdicha de verla bañándose desnuda con su séquito de ninfas, lo convirtió en ciervo y dejó que sus perros lo destrozaran? ¿Por qué la hicieron diosa de la luna y en sus correrías nocturnas se hacía confundir con Hécate o Selene? ¿Quién asegura lo de la castidad? ¿No será ése, acaso, el génesis del malentendido de que la mujer que no tiene varón es virgen?
Porque Zeus era un machín; de eso no cabe la menor duda. Y además, dios de dioses, rey de reyes, omnipresente y omnipotente, colérico e irracional. Si él afirmaba que sus hijas eran castas, ¿quién iba a atreverse a contradecirlo? Pero yo —blasfema por naturaleza y cuestionadora por voluntad— no meto las manos al fuego —porque eso ha de doler—, pero le digo a usted —y habla la voz de la experiencia— que esa familia guardaba un secretito que pasó a la historia del mundo patriarcal con las etiquetas de virginidad y pureza eternas.
Vencedoras de atlantes y gorgonas, con las amazonas la historia tiene los primeros registros —aun míticos— de mujeres en libertad que vivían en comunidades. Eran guerreras temibles, poderosas; ellas mismas fabricaban sus armas y conquistaban territorios al tú por tú en encarnizadas lides con los varones, que las consideran “equivalentes a los hombres”. Así, como a una igual, enfrenta y mata Aquiles en la Iliada a Pentesilea, la reina de las amazonas durante la guerra de Troya, y, aunque engañado por las malas mañas de Hera, ejecuta Heracles a Hipólita, otra de sus reinas, para robarle el codiciado cinturón.
Hijas de una ninfa y de Ares, el dios de la guerra —y, por lo tanto, nietas de Zeus… o sea, que el asuntillo era algo así como genético—, se cree que en algunos de sus lances bélicos se apoderaron de Efeso, donde fundaron una de las siete maravillas del Mundo Antiguo, el templo a Artemisa —su tía la torcidita—, y más tarde la ciudad de Mitilene, capital de Lesbos. Al buen entendedor, pocas palabras.
Así se enraizó el mito de que las mujeres fuertes, las guerreras, eran malencaradas y malgeniosas, con un humor de perros salvajes que se reflejaba en sus ceños fruncidos y sus bocas negadas a la sonrisa. Unos ogritos. Por esa supuesta adustez, por los morbosos estereotipos que suelen colgarnos o por la seriedad con que, mujeres al fin y al cabo, ponemos en nuestros asuntos todos, pero especialmente en las cuestiones públicas o profesionales, sigue prevaleciendo la idea de que las lesbianas somos duras, brutas, peleoneras y malhumoradas.
Como para contrariar esa apariencia y reafirmar que el buen ánimo juerguero puede encontrar lugar en la literatura a uno y otro lado de la mar océana, recientemente han llegado a mis manos dos libros ejemplares: Cuentos y fábulas de Lola Van Guardia, de la catalana Isabel Franc, y Del destete al desempance. Cuentos lésbicos y un colado, de la mexicana Gilda Salinas. Y aunque la Franc afirme que “las escritoras vivimos de reinventar pequeñas tragedias”, ambos cuadernos son la muestra de cómo una situación de tintes melodramáticos puede convertirse en una chanza.
Isabel Franc —o Lola Van Guardia, su seudónimo y alter ego— es “Una cómica de la pluma”; así se define a sí misma en el título de su espacio en Blogger. En entrevista concedida para GayBarcelona.net, Isabel confiesa que aunque Lola es una engreída y se le subió la fama a la cabeza, ambas se soportan mutuamente con cierta fraternidad. Dice que su obra —la de ambas— ha tenido el doble propósito de distraer, de hacer pasar a las lectoras un rato agradable, pero también de invitarlas a reflexionar acerca de las lesbianas y de sus modos de actuar. Y qué mejor que a través del humor, al que considera una de las mejores estrategias narrativas… que ya bastantes problemas e insatisfacciones enfrenta uno a diario en el “mundo real” como para ir a remedarlos en la ficción a la hora del entretenimiento.
Los Cuentos y fábulas de Lola y de Isabel, selección que Egales dio a la luz en Barcelona hace apenas unos meses, son textos escritos con esa intención expresa: reírse y hacer reír. La miscelánea empieza con un cuento de corte clásico: la princesa Esmelinda era frígida. Habiendo llegado a la edad casadera sin conseguir el gozo, su preocupado padre, un reycito “demócrata alternativo y de tintes modernos”, convoca a concurso público a todos los hombres del reino y de las comarcas vecinas, prometiendo la mano de la princesa como recompensa a aquel que la hiciera disfrutar los placeres del amor. Después de agotadoras jornadas y resultados nada promisorios, perdidas casi todas las esperanzas de que la princesa conociera aquella cosquillita del orgasmo, una tarde llegó un ejército de amazonas custodiando a un caballero forrado hasta los dientes que exigió hacer el amor sin quitarse la armadura. No les será difícil imaginar que el caballero era realmente dama de lacia cabellera rubia y agraciados pechos que con toda paciencia, destreza y dedicación consiguió que la princesa flotara y tocara el cielo, según sus propias palabras, que en estos casos no es apropiado exagerar a riesgo de provocar descrédito.
Ése, en escenarios más o menos modernos, es el tono del libro. Con las páginas se suceden adaptaciones de chistes populares, recomendaciones para una primera cena íntima bañada en whisky, microrrelatos que dejan bien sentado que no sólo de sexo vive la lesbiana, la historia autobiográfica de un gato andrógino y un fabulario donde desfilan gallinas hetero y gallinas les, una rana lesbiana que quería ser vaca heterosexual, una murciélago transgénero, una tortuga queer, ardillas bolleras y zorras policías, una gusanito solidaria y un consejo general de mantis religiosas.
En otro subconjunto titulado “Más Franc que de Van Guardia” está mi favorito: “Cómo decírselo”, donde una señora ya bastante experimentada cae avasallada por los destellos de un nuevo amor, pero de pronto se siente absurdamente incapacitada para comunicárselo a aquella “dulzura con rizos y dos piernas” que es el objeto de su pasión. Se le alteró el sueño, perdió el apetito, padecía excesos de micción, se le alocaron los estrógenos, le hervía la sangre o se quedaba “alelada, mirando al techo con aquella sonrisa boba prendida de los pómulos” y mordiéndose las uñas. Hasta llegó a ver cacatúas en las ramas de los plátanos de las grandes avenidas. “¡Cotorras, bonita, son cotorras!”, le espetó su amiga y confidente, que no podía creer aquel estado de tontería. Ella le respondió en un suspiro: “¡Qué más da! ¡Son tan bonitas!” y concluyó que eso era, al fin, estar enamorada: ver alegres cacatúas en cualquier árbol. Y sigue un rosario de dudas, prórrogas y castas citas —porque en estas situaciones es mejor ir paso a paso, “una no puede saltarse un estadio y cagarla”—, hasta que, felizmente, es la pretensa quien, ya desesperada, toma la iniciativa y la definitiva.
Mientras, de este lado del Atlántico, con afán más de memorioso rescate que de pura ficción, Gilda Salinas cuenta en las quince piezas que integran Del destete al desempance. Cuentos lésbicos y un colado, la historia de una niña de once años que una fría mañana de febrero, sin entenderlo ella misma, se enamoró de Mona Bell al oírla cantar “La montaña” con aquella voz gruesecita y cálida. Ése —que es el final del libro— fue sólo el inicio, porque la niña creció y se enamoró de otras tantas chilenas y mexicanas de todas las regiones de la República, con las cuales Gilda teje una red de personajes que reaparecen y situaciones que se asemejan —¿qué tan distinto puede ser un antro a otro, una relación a la siguiente?
Aquellos ochenta “eran tiempos de trova cubana, de recorrer las peñas y de cantar con la guitarra”. Las peñas y los antros, desde el más “nais closetero lésbico temporal” —donde cantaba la gran Chavela Vargas, “la madre, ¿o debería decir el padre?, de todas las lesbianas”—, hasta los decadentes locales de “fraternidad ambientalista y aromas de peda feliz”; épocas idílicas en las cuales la narradora/protagonista “libaba como hija del desierto en tiempo de maremoto”, hasta que acabó siendo una alcohólica anónima demasiado conocida y una mujeriega (casi) irredenta que se identificaba con Pedro Infante por aquello de “me gustan las altas y las chaparritas, las gordas y flacas y las chiquititas”. Y como buena charro hembra, cuando decía “me he de comer esa tuna aunque me espine la mano”, era capaz de ponerse pantimedias, falda, zapatos de tacón y hasta rímel en las pestañas cuando el suceso conquistatorio lo ameritaba.
Mujeres y jolgorios saltan de una pieza a otra del conjunto. Y música que, también ubicua y omnipresente, matiza el ambiente de guateque absoluto y constante. “La virtud de que la mayoría estuviera pedales —dice— es que todo daba risa, las tragedias, los melodramas y los azotes eran motivo de júbilo”. Así era la jerga de la juerga: “hay que olvidar los cuetes, cuotas, digo, cuitas, para cumplir las motas, mitos, digo, metas”. No faltan momentos trágicos o conmovedores —la muerte prematura de una amiga, la violación de otra, una redada policial, persecuciones y cachetadas de madres intolerantes o amantes celosas, un pleito conyugal resuelto a balazos contra las macetas, varias rupturas, mentirillas e infidelidades—, pero la diversión es reina y la amistad perdura a pesar de los deslices y las vicisitudes.
Son los de Gilda Salinas, como los de Isabel Franc, cuentos de mujeres que no se esconden tras eufemísticas etiquetas —que ya bastantes son las que nos endilgan en este mundo sobreclasificado—; mujeres satisfechas, seguras, conformes consigo mismas. Son las suyas, historias de la cotidianidad, del festejo, del baile y de la risa que estas amazonas modernas cultivan cual trofeos que entregarles a la vida y a la alegría de vivirla de ese modo.

viernes, 10 de octubre de 2008

Un lugar llamado Sevenels

Amy Lowell


Con mi agradecimiento especial a la poeta y amiga Dina Posada.



En una noche de lluvia, encima de la vieja cama con dosel, yacen dos cuerpos. Dos cuerpos de mujer. Mientras la oscuridad se cierne sobre el espacio exterior, adentro brillan la poesía y la espera. La mansión se llama Sevenels; en ella creció la niña que convirtió en intensos versos esta escena.
Amy Lowell nació en Brookline, Massachussets, el 9 de febrero de 1874. Hija de ilustre familia, recibió una esmerada educación que ella misma completó abasteciéndose de la monumental biblioteca de su padre. La holgura económica le permitió, además, desandar periplos que la llevaron a exóticos destinos: Egipto, Grecia, Turquía.
Cuentan que, aunque enfermiza, llevó una vida muy agitada, en la cual las mujeres tendrían una presencia fundamental y constante: en 1899 vivió en la hacienda californiana de su amiga Frances Dabney, donde fue a recuperarse de una afección gástrica contraída durante su viaje a Egipto; en 1902, en una presentación de la actriz italiana Eleonora Duse, descubrió su verdadera pasión por la poesía; en 1912 conoció a la también actriz Ada Dwyer Russel, quien sería su compañera hasta que la muerte las separó el 12 de mayo de 1925, cuando Amy sufrió una hemorragia cerebral.
Era considerada extravagante, aventurera, retadora, porque desafiaba las normas sociales, solía ser impuntual, fumaba tabaco, dormía de día y escribía de noche. Mucho mayor fue el escándalo cuando, en junio de 1914, se llevó a Ada a vivir en Sevenels, que sería el hogar conyugal.
Su literatura se adscribió al imaginismo, ese movimiento del que también participara Ezra Pound y que fuera considerado por Glen Hughes como el mejor organizado y el más influyente de la poesía anglosajona. En 1912 publicó su primer libro: A Dome of Many Colored Glass. A él le siguieron: Sword Blades and Poppy Seed (1914), Men, Women and Ghosts (1916) Can Grande’s Castle (1918), Pictures of the Floating World (1919), Legends (1922), y A Critical Fable (1922), así como una colosal biografía de John Kyats.
Después de su muerte, recibió el Premio Pulitzer por su poemario What’s O’Clock (1926) y Ada, quien heredó toda su obra inédita, daría a las prensas East Wind en 1926 y Ballads for Sale en 1927.
Poco conocida en lengua española, es imprescindible la traducción que Marta Porpetta hiciera para la edición de El jardín de Sevenels en Torremozas (Madrid), con estudio preliminar de Luzmaría Jiménez Faro, de donde tomo los siguientes poemas.



UNA NOCHE DE LLUVIA

Sombras,
y la luz blanca oscilando
y el golpeteo y el destello de la lluvia en la ventana,
en la calle un farol se balancea
haciendo que los arroyuelos de lluvia del cristal
reluzcan y palpiten.
En este resplandor de plata
puedo ver las cuatro columnas de la vieja cama,
con los flecos y borlas de su dosel.
Estás acostada a mi lado, esperando,
pero no me doy la vuelta,
estoy contando los pliegues del dosel.
Estás acostada a mi lado, esperando,
pero no me doy la vuelta.
Con esta luz plateada debes estar bellísima…
y hay diez pliegues en este lado del dosel
y diez en el otro.



NORMAS

Camino por los senderos del jardín
y todos los narcisos
y los jacintos azul claro
se mecen al viento.
Bajo por los acotados senderos del jardín
con mi rígido traje de brocado.
Con mi cabello recogido y mi hermoso abanico,
soy también una extraña norma.
Al recorrer los senderos del jardín.

Mi vestido está ricamente adornado
la cola
deja una estela rosa y plata
sobre la grava.
Una cortesía a la moda actual
dando traspiés por mis zapatos de tacón con cintas.
Ninguna ternura me rodea,
sólo corsé y brocado.
Me siento a la sombra de un tilo,
pues mi pasión lucha
contra el rígido brocado.
Los narcisos y los jacintos
ondean en la brisa
como les place.
Y yo lloro;
ya que el tilo está en flor
y una florecilla ha caído sobre mi pecho.
Y el chapoteo de las gotas
en la fuente de mármol
llega hasta los senderos del jardín.
Nunca cesa el goteo.
Bajo mi rígido traje
está la ternura de una mujer
bañándose en el surtidor de mármol,
un surtidor en medio de los setos
que crecen tan espesos
que ella no puede ver a su amante oculto.
Pero sospecha que él está cerca
y el agua deslizándose
parece la caricia de la mano amada.
¡Qué verano en un vestido de fino brocado!
Me gustaría verlo tirado en el suelo
y el rosa y el plata hundidos en la tierra.

Yo sería la rosa y el plata mientras recorro los senderos,
y él tropezaría después,
desconcertado por mi risa.
Yo vería el sol reflejándose en la empuñadura de su espada
y en las hebillas de sus zapatos.
Optaría
por conducirle por un laberinto
a lo largo de los acotados senderos,
un claro y alegre laberinto
para mi amante calzado con pesadas botas,
hasta que me alcanzara en el sombra
y los botones de su chaleco
magullaran mi cuerpo al abrazarme.
Doliéndome, fundiéndome, sin miedo alguno.
Con las sombras de las hojas
y la caída del agua
a nuestro alrededor en esta tarde…
Creo que me desmayo
por el peso de este brocado,
por el sol tamizado entre la sombra.

Bajo la flor caída
sobre mi pecho
he escondido una carta.
Me la trajo esta mañana un caballero del Duque.
“Señora, lamentamos comunicarle que el Sr. Hartwell
murió en acto de servicio el jueves por la noche”.
Al leerla en la claro sol matutino
las letras se retorcían como serpientes.
“¿Alguna respuesta, señora?” dijo mi lacayo.
“No”, le dije.
“Cuida de que el mensajero tome algún refrigerio.
No, no hay respuesta”.
Y entré en el jardín, paseando
arriba y abajo por los acotados senderos,
en mi rígido y correcto brocado.
Las flores azules y amarillas se erguían orgullosas al sol.
Me mantuve erguida también,
sujeta a la norma,
por la rigidez de mi vestido.
Anduve arriba y abajo,
arriba y abajo.

Habría sido mi marido dentro de un mes.
En un mes, aquí, bajo este tilo,
habríamos roto las normas,
él para mí y yo para él,
él como Coronel, yo como dama,
en este rincón sombreado.

Él tenía el deseo
de que el sol nos bendijera.
Y contesté “Será como tú dices”.
Ahora está muerto.

En verano y en invierno recorreré,
arriba y abajo,
los acotados senderos del jardín
en mi rígido traje de brocado.
Los jacintos y los narcisos
darán paso a rosas trepadoras, asteres y nieve.
Yo iré
arriba y abajo
en mi vestido.
Suntuosamente adornada,
encorsetada y contenida.
Y la suavidad de mi cuerpo será defendida del abrazo
por cada botón, por cada corchete, por cada cinta.
Porque el hombre que debía liberarme ha muerto,
luchando con el Duque en Flandes,
en una norma llamada guerra.
¡Cristo! ¿Para qué sirven las normas?



INTERMEDIO

Cuando haya horneado blancos pasteles
y rallado almendras verdes para cubrirlos;
cuando haya quitado los verdes rabitos de las fresas
y las haya apilado en una fuente azul y amarilla,
cuando haya alisado las arrugas de la mantelería
en la que he estado trabajando…
¿entonces, qué?
Mañana será lo mismo:
pasteles y fresas,
y agujas dentro y fuera de la tela.
Si el sol es hermoso sobre los azulejos y los estaños,
cuánto más hermosa es la luna,
reclinándose en las rizadas ramas del ciruelo;
la luna,
ondulando en un lecho de tulipanes;
la luna
inmóvil,
sobre tu rostro.
Tú brillas, Amada,
tú la luna.
¿Pero cuál es el reflejo?
El reloj está dando las once.
Pienso que cuando cerremos la puerta,
oscura será la noche
afuera.



ALBORADA

Del mismo modo que sacaría a la blanca almendra
de su cáscara verde,
así te despojaría yo de tus ropas,
Amada.
Y acariciando la suave y pulida almendra
vería una gema de valor incalculable
resplandeciendo mis manos.



ÓPALO

Tú eres hielo y fuego,
tu tacto quema mis manos como la nieve.
Eres frío y llama.
Eres el carmesí del amarilis,
la plata de las magnolias besadas por la luna.
Cuando estoy contigo
mi corazón es un estanque helado
bajo un brillo de inquietas antorchas.



PENUMBRA

Mientras estoy aquí sentada en la quieta noche de verano,
de pronto, en la lejana carretera, se oye
el rechinar y el acelerar de un tranvía eléctrico.
Y, más lejos todavía,
el fuerte resoplar de una máquina,
seguido del desagarrado arrastrar de un tren de carga cambiando de vía.
Estos son los ruidos que hacen los hombres
en el largo ajetreo de la vida.
Seguirán haciendo siempre estos ruidos,
aun después que yo haya muerto y ya no pueda oírlos.
Sentada aquí en la noche de verano,
estoy pensando en mi muerte.
¿Qué pasará contigo?
Verás mi silla
con su brillante cobertor de zaraza
iluminada por el sol de mediodía,
como ahora,
verás mi mesa angosta
donde he estado escribiendo tantas horas.
Mis perros meterán sus hocicos en tu mano,
preguntando -preguntando-
y pendientes de ti con ojos perplejos.

La vieja casa todavía está aquí,
la vieja casa que me ha conocido desde el principio.
Las paredes que me han visto jugar:
con soldados, canicas, muñecas de papel,
que me han protegido a mí y a mis libros.

La puerta de entrada estará mirando a los viejos árboles
donde, cuando era niña, jugaba con muertos y con incendios;
Mirará la ancha vereda de grava
donde yo rodaba mi aro,
y las matas de rododendro
donde cogía mariposas de pintas negras.

La vieja casa te guardará a ti,
como yo he hecho.
Sus paredes y sus cuartos te guardarán,
y yo susurraré mis pensamientos y fantasías
como siempre,
en las páginas de mis libros.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Djuna Barnes, los ojos de la noche

Djuna Barnes, París, c. 1926
(retrato de Berenice Abbott)



Una noche lluviosa de 1996, caminando por el este de Manhattan, mi amiga Sonia Rivera Valdés señaló una casa y me dijo: “Ahí vivió Djuna Barnes”. Apareció entonces, por primera vez ante los ojos de mi entendimiento, la extraordinaria poeta a la que el mismísimo T. S. Elliot halagaría su “estilo excelente, con frases bellas, ingenio brillante y un sentido del horror y la fatalidad digno de la tragedia isabelina”.
Nació en Nueva York el 12 de junio de 1892 en el seno de una familia con intereses artísticos. Después de una infancia tormentosa, estudió arte, fue periodista e ilustradora, formó parte de la bohemia del Greenwich Village neoyorkino —Eugene O’Neill, Gertrude Stern—, pero fue en el París de entreguerras donde se asentó junto a su amante, la escultora Thelma Wood, y vivió su esplendor como artista y mujer. Había sido enviada por Harper’s Magazine para escribir un reportaje acerca de los vanguardistas y allí se convirtió en uno de ellos.
En 1915 publicó Book of Repulsive Women; en 1922 las páginas de Vanity Fair acogieron su excepcional entrevista a James Joyce; en 1923 vio la luz A Book —reeditado en 1929 bajo el título A Night Among the Horses— y en 1928 Ladies Almanack, caricaturesca visión del lesbianismo parisino de principios del XX. Pero sin dudas su obra máxima es la novela El bosque de la noche (Nightwood, Londres/Nueva York, 1936), que fue prologada por T. S. Elliot, mezcla intrincada, cual bosque, de poesía, sarcasmo, fantasía y absurdo, símil de su propia existencia.
Formó parte del grupo que, organizado por Natalie Clifford Barney, pretendía emular a la Casa de las Servidoras de las Musas de Safo, al cual se le llegó a conocer como Academia de Mujeres. De la Barney y de Peggy Guggenheim, coleccionista de arte y mecenas estadounidense, recibió apoyo para dedicarse completamente a esa obra de mirada oscura y descarnada.
En 1940 regresó a Nueva York, donde alquiló el pequeño apartamento que Sonia me señaló en el Village. Allí escribió el drama The Antiphon (1958) y poesía hasta el final de su vida, en junio de 1982. Allí imagino todavía, apoltronada junto a su ventana, viendo caer la nieve o resurgir el verde en los árboles de Patchin Place, a la que se consideró a sí misma “la escritora desconocida más famosa del mundo”.




ELLA PASÓ POR AQUÍ

Aquí donde los árboles aún tiemblan por tu huida
Estoy yo y trenzo finos látigos para castigarte.
¿Cómo podremos encontrarte, a ti que te has ido
Toda vestiditos, ceceando por la ciudad?

Grandes hombres a caballo te cazan, y fuertes jóvenes
Usan sus flechas en el leve aire.
Pero a mí me escucharán silbando a donde voy
Trenzando largos mechones de hierba y de pelo semental.

Y en la noche cuando treinta halcones se eleven
En ritmo pendiente, y el borde del camino en ruidos;
Cuando ellos quemen campo y mata y seto,
Yo te robaré como un penique entre la multitud.



A UNA DE OTRO HUMOR

¿Oh amada querida, debería dejar
de mirarte, siempre con ojos húmedos,
y quejumbrosos besos de estos labios donde yace
más miel que en tus aloes? ¿Debería romper
aun más oscuras hierbas, y suspirando no perder
de vista
Con fingida lamentación y gritos temerosos,
Rodeándote lentamente con blasfemias
Porque estaría bailando? No, me falta
La necesaria torpe salmodia de la desesperación.
No resuena en mí tu sombrío humor,
Ni está en mi corazón: ni en ningún lugar
Dentro de mi carne, la misma carne que enamoraste.
¿Entonces para qué aflojar mi trenzado pelo
Ocultando mis ojos, y pretender que cavilo?



ANTIGÜEDAD

Una dama en una capucha de tela ligera
Con rectas lengüetas fijas y ojos mudos,
Y bellos labios finos y hábilmente dibujados
y extrañamente sabios.

Un camafeo, una gola de encaje,
Un cuello cuadrado con los ángulos bien puestos;
Una fina nariz griega y junto al rostro
una lustrada trenza.

Bajas, curvas hacia los lados, teñidas de ámbar
Las pálidas orejas atrapadas en su trampa.
Y un perfil como una daga yaciendo
entre el pelo.



QUISIERA QUE PENSASES EN MÍ

Como una que, recostada contra el muro,
una vez arrancó
Gruesas flores, y escuchó
el zumbido
De pesadas abejas lentas rondando la húmeda ciruela,
Y escuchó a través de los campos el paciente arrullo
De pájaros inquietos desconcertados con el rocío.

Como una cuyos pensamientos eran locos en el
doloroso mayo,
Con ojos melancólicos vueltos hacia su amada
Y hacia la inquieta tierra por la que
se extendió
El frío centeno y los nuevos espinos que echaban ramas–
Con un flaco sabueso andante, por sola compañía.



A UNA QUE SE SIENTE DIFERENTE

Esta noche no puedo conocerte y lloro
Por la amargura que sobre ti es como blando sueño
De la que tú eres la única poseída–
Y como una en larga tela de luto vestida–
Profundamente empapada en ropas que cuentan
la forma de la pena
Pliegue sobre pesado pliegue, como hoja sobre hoja.
Estás de pie, toda trémula con ahogados gritos,
Y con frías lágrimas como vidrio en tus ojos.
Delgadas sombras, más oscuras que lo oscuro hierven
Con espumosa somnolencia y monstruosa fatiga
El solemne ceceo de las cosas inoportunas
Se acerca; y en altas alas de lamento
El tiempo frío grita a nuestro lado,
desprendiendo chispas de dolor
–De las que tú eres el centro y la cantinela.



RETRATO DE UNA DAMA CAMINANDO

En el Norte los pájaros empluman un largo viento.
Ella es hermosa.
El otoño forma hielo en la cáscara de limón.
Sus lentas costumbres acompañan la oscura mente.
La escarcha impone una frágil quietud en la laguna.
Sobre el fresco, pequeño montón de húmeda hierba
Los pájaros caen como lluvia de vidrio.



Poemas tomados de Djuna Barnes, Poesía reunida 1911-1982 (Tarragona, Igitur, 2004; traducción de Osías Stutman y Rosa Lentini).

jueves, 11 de septiembre de 2008

Damaris Calderón y los amores del mal




Damaris Calderón
Los amores del mal
México, El Billar de Lucrecia,
2006



Damaris Calderón (La Habana, 1967) es mi amiga desde hace veinte años. Allá por los finales de los ochenta, el cielo de la isla nos vio avanzar, de este a oeste y viceversa, desafiando al ojo del vecino y al del funcionario, cuestionando todo orden preestablecido, enredadas en amores tan jóvenes y tormentosos como nosotras mismas. Con el terror del equilibrista, su primer poemario, ganador del Premio al Joven Poeta en 1987, la insertó de un puñetazo, rotundo, en los anales de la lírica cubana. A él le siguieron, entre otros, con múltiples reediciones y premios, Duras aguas del trópico, Guijarros, Sílabas. Ecce Homo y Parloteo de sombras.
A mediados de los terribles noventa, como buena parte de esa generación a la que pertenecimos, emigró al sur del continente. Aquella que Rubén Darío considerara la más soberbia ciudad de América Latina, Santiago de Chile, la de las grandes alamedas, la ha visto pasar las de Caín y seguir transformando en esa literatura enorme y personalísima los dolores, las angustias, las dudas y las alegrías.
Hace un par de años El Billar de Lucrecia publicó en México Los amores del mal. De ese cuaderno excelente selecciono estos poemas que hoy comparto con ustedes. Homenaje a Safo y Alceo, a Baudelaire, a las culturas clásicas, al tiempo, que no a todo lo reduce al polvo y al olvido aunque pretenda, Los amores del mal canta a la fuerza de lo efímero y de lo eterno, a la lengua del Principio que nulifica al verbo, a los pechos de la amada, a las playas de Lesbos donde las muchachas dan migajas a las gaviotas y “sus cuerpos enlazados/ conmueven más que todos los crepúsculos”, y a los amores idos, que algún día le serán indiferentes “como las noticias sobre el Oriente Medio”. Y a Roma y a Cartago y a la furia del Vesubio y también a la prisa deliciosa de un escarceo dentro de un baño público. Todo con el mismo lirismo desgarrado porque unos y los otros no son más que imágenes sucesivas de la posteridad.
“Es un solo poema dividido en fragmentos”, me ha dicho su autora en un email. Si me dejara llevar por el placer y el entusiasmo, tendría que transcribir el libro entero en estas páginas; un libro que leo y releo sin cesar como si fuera nuevo cada vez. Porque ésa es la magia de la Poesía, con mayúsculas, que no da espacio a la repetición mecánica, al cansancio ni al hartazgo. Fluye, honda y ligera al mismo tiempo, como el río de la Vida.



Antes que yo muchos dijeron estas cosas.
Después de mí
otros habrá que las dirán mejores.
Pero cuando tu lengua toca mi lengua
el verbo se hace nulo
se diluye
en esta saliva espesa.
Efímera y eterna eres la mujer del Principio.
Todo empieza de nuevo
y se hace necesario reescribir el Génesis.

***

Gozosas islas las tuyas, Bilitis,
donde Safo es la lengua común,
donde al decir de Alceo,
las muchachas de Lesbos,
compitiendo en hermosura van y vienen.
Toda la noche en vilo acecho esas imágenes
en espera de que algún día
me sea revelado el principio de la creación:
cuando las mujeres frotan sus vientres
y la madera estalla en haces luminosos
y un líquido espeso, agridulce,
hace caer borrachas a las gaviotas.

***

FIEBRE DE CABALLOS

Cuando te quedas,
Rita,
más desnuda que estas paredes
yo siento miedo
de ser mujer.
Tengo feroces dientes carniceros.
Comiérame tus ojos
tus rodillas.

Cuando veo un sauce que se agita
no me acuerdo de Safo,
pienso en mí.

***

¿Y quién dijo que lo que hacemos
―y escribimos―
en las paredes de un baño público
frotando nuestros cuerpos
como la lapicera contra el papel
es menos relevante
que un graffiti
pompeyano?

***

Henchido el corazón pienso en tu sexo.
Lo cognoscible
lo incongnoscible
lo he escuchado a través
de esa marea oscura.
He olvidado las lenguas de los hombres
tantas cosas inútiles.
Sólo a través de ti
intuí mi destino.
He sido eterna
como las hojas que devora el otoño.

***

Lo peor no es que las cosas sean finitas
lo peor es que las cosas sean.
Lo peor es saber
que tu cuerpo, tu pelo, aquella boca
serán definitivamente del olvido y el polvo
mucho más
de lo que alguna vez fueron míos.

***

LA HABANA, TINTE MEDITERRÁNEO AL FONDO

Comprábamos el goce
en una habitación
alquilada.
Colocábamos una frazada
que se quemó
―¿te acuerdas?―
sobre la lámpara sucia.
Demasiado mezquinas
las paredes
apenas soportaban
nuestros cuerpos jóvenes.
Tus piernas se encendían
como neón como astros.
Yo me inclinaba
lamía tu resplandor
esa pequeña
llama votiva.

***

Íbamos a ser eternas
las ancianas de Brueghel.
El fuego crepitaba en la habitación
en tus senos.
Yo pongo mis dos manos al fuego.
Todo cuerpo es perverso.
Digo la palabra pezón
y el pezón salta.
Extraigo un zumo amargo
un jugo huérfano.
Me derrumba el susurro lejano
de tu dedo índice.

***

No quiero
otro
aljibe
cántaro
jícara
vaso
donde beber
sino
tus piernas.

jueves, 28 de agosto de 2008

Carmen Conde, el erotismo y la sensualidad




A Albertico Lauro, que me habló
del tema y me dio las coordenadas.


Ciento un años acaban de cumplirse del natalicio de la gran poeta Carmen Conde (Cartagena, 1907-Madrid, 1996) y en la España progresista y desinhibida de los últimos tiempos han salido a la luz pública los intríngulis de la vida amorosa de quien fuera, en 1978, la primera mujer electa como académica de número de la Real Academia Española. José Luis Ferris ha publicado en la editorial Temas de Hoy la biografía Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada, donde deja al descubierto, entre otras cosas, su pasión hacia Amanda Junquera, quien sería la amante y la musa de la poeta cartaginesa por más de cincuenta años.
Que no llevaba Carmen una vida secreta, afirma Ferris, pero que tampoco podía enarbolarla en la sociedad conservadora de principios del siglo pasado. Sin embargo, fue la primera mujer que en la España de la posguerra se atrevió a tratar el erotismo y la sensualidad de manera abierta. Hace unos días comentaba que era un ejercicio interesante atisbar, entre líneas, en la poesía de Gabriela Mistral las alusiones a sus posibles amores femeninos y asombra ver la claridad con la cual, no sin algunos artilugios, versa en ese género la Conde.
Dice, además, su biógrafo que a pesar de haberse casado en 1931 con el poeta Antonio Oliver Belmás, junto a quien fundó la Universidad Popular de Cartagena y su órgano, la revista Presencia, intercambiaba cartas y amoríos con la también poetisa española Ernestina de Champourcín, quien alguna vez le pidió que se fugaran juntas. Ernestina fue una de las tres únicas mujeres aceptadas por Gerardo Diego en la antología que sustentó y perpetuó a la Generación del 27. La editorial Castalia publicó, con edición de Rosa Fernández Urtasun, el Epistolario (1927-1995) entre ambas poetas que es, más que un compendio de confesiones íntimas, un invaluable fresco de la época y de la pléyade que rodeó a Juan Ramón Jiménez.
Cuentan que las amistades de Carmen, consideradas un poco libertinas para la época, sacaban de sus casillas al poeta Oliver. Una carta, todavía siendo novios, da cuenta de ello: “Estoy harto de tu amiga Ernestina, de Berta [la rapsoda ruso-argentina Berta Singerman], de J. R., de Miró, del Club […] Precisamente esta tarde me he enterado de los cafés que frecuentaba en Madrid Concha Méndez. Que no sepa yo que te vas con Maruja Mallo”.
Y como suelen ser las cosas de la vida cuando la fuerza del destino las alumbra, cuando Oliver marchó como voluntario al frente republicano, Carmen conoció a Amanda Junquera, esposa del catedrático de la Universidad de Murcia Cayetano Alcázar, y aunque nunca compartieron una “vida de pareja”, ya no se separarían hasta que la muerte se llevó a Amanda en 1986. En ese tiempo vieron la luz sus poemarios Ansia de la gracia (1945) y Mujer sin edén (1947).
Muy amiga fue también la Conde de la mismísima Gabriela Mistral, quien años antes leyera en exclusiva el manuscrito de su primer poemario, Brocal (1929), y prologara el segundo, Júbilos, editado en Murcia, en 1934, por la colección Sudeste, la misma donde Miguel Hernández publicó Perito en lunas.
Soy de quienes creen que las opciones sexuales y los chismes que de ellas se derivan forman parte sólo de la vida íntima y de las charlas de café. Sobre todo en casos como el que nos ocupan, donde el lirismo fino, el riguroso oficio y la sensibilidad trascienden cualquier condicionamiento otro. Es un placer compartir hoy con ustedes la poesía inmortal y sin etiquetas de Carmen Conde.




ADOLESCENTES

Sobre la eterna piedra del mundo tan compacto
la traza débil, fresca, de tu desnudo cuerpo.
Todo es muy duro y agrio, se rebela enemigo,
y te alzas tan joven y segura, tan tierna...
No es verdad que las flores luchen siempre calladas.
Ellas gritan su olor y se mueren temprano,
cuando tú, que eres más, sufres doble que ellas
y además mueres tarde, porque ya te marchitas.



OFRECIMIENTO

Acércate.
Junto a la noche te espero.
Nádame.
Fuentes profundas y frías
avivan mi corriente.
Mira qué puras son mis charcas.
¡Qué gozo el de mi yelo!



PRIMER AMOR

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo
sin haberlo soñado, sin que nunca
un ligero esperar prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no tiene medida ni fondo.
¡Abismo y solo abismo
de ti hasta la muerte!
¡Tus brazos!
Son tus brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo.
Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven...
¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,
que toda cuanta eres cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera gritada por la aurora?
¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que estrenas con la vida recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole la tierra.



LLUVIA EN MAYO

¡Cuán hermosa tú, la desvelada!
Te lleva y te moldea dulce viento
encima de jardines y de estatuas.
Tu cuerpo es el de Venus en la orilla
eternamente mar dentro del alba.
Acude siempre a mí, séme propicia.
La fiesta de las hojas en sus ramas
te rinden los esbeltos soñadores
que en movibles racimos se levantan.
No tengo ni una flor... Sólo mi tronco
aloja por frutal una campana.
Lluvia que contemplo, melancólica:
no crezcas para mí. Vivo inundada.



ENCUENTRO

¡Gloria de tu hallazgo!
Bautismo inicial de la primavera
en oleaje de pájaros.
Se movieron las selvas inefables.
Se deshizo el otoño de sus plumas
cubriendo inviernos cándidos.
Venías tú, gentil criatura,
desnudando los ríos a tu paso.



FUGA EN LOS JARDINES

Las más jóvenes, deseándoos, avanzan
por estas avenidas de árboles fragantes.
Evaden primavera que a las flores oxida
con un ardor oliendo a frutas, a corceles. ..
¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes
entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!
Exigen que las amen, que las sigan corriendo
para volcarles júbilos sobre la orilla ebria.

¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!
Estos grandes varones de los pechos revueltos
ansían desgranaros, ¡oh mazorcas crujientes!,
con su hambre de bocas y su hambre de frutos.
Hasta el río, que es tajo delimitando sueños,
huele a amor ya festines...

Han temblado los álamos al estallar unánimes
los oscuros latidos de dobles ruiseñores.
Los regazos del musgo, el frior de los juncos,
contemplando el encuentro aceleran su verde.
Es un cántico trémulo, en gargantas sorbido
por el amor abierto en mitad de la selva.

¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita
el ardor de cogeros, suyas todas, a hombres
que de fieros esgrimen el ademán tan sólo!
Y envolveos en ropas de blanco lino puro
para mojar con ellas esos cuerpos calientes,
y amanecer ceñidas, ante el amor que vibra,
por el celo del agua posesor de las vírgenes.



LO INFINITO

Tú vives en el alba.
Los pájaros te aclaman.
De túnicas de aves te viste la alegría.
¡Qué aurora la que exaltas!
¡Qué noble luz la tuya!
Te escuchan las mañanas y las noches
porque eres como un cirio,
porque eres como un corzo.
Sentirte a ti que pasas
rozándome las rosas y los ayes...
Doler en tus rodillas, estrujada
por riscos y malezas.

Y que un céfiro de alondras venga dulce,
que tú llegues aventando mis heridas...
Ser mujer y tuya, ¡qué inefable
fundirse la conciencia entre tus brazos!

miércoles, 13 de agosto de 2008

Cristina Peri Rossi, Oscuro animal de los instintos

Cristina Peri Rossi


Cristina Peri Rossi
Habitación de hotel
Barcelona, Plaza Janés, 2007,
78 pp.



En La Central, esa hermosa librería del Raval, uno de los barrios tradicionales de Barcelona, compré el año pasado el poemario Habitación de hotel de la multipremiada y prolífica uruguaya radicada en España Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941), una de las pioneras de la literatura homoerótica en América Latina, considerada además un verdadero icono de la cultura posmoderna. Ganador del XI Premio de Poesía de la Ciudad de Torrevieja, el libro está lleno de una melancolía que a ratos se transforma en rabia; es un libro rabioso, la crónica poética de estos años de principios de siglo a las seis décadas de vida de la poeta.
Desde los epígrafes mismos, el objetivo y el tono quedan claros. El de José Manuel Caballero Bonald postula: “Así al menos restauras/ una porción estable del pretérito:/ fragmentarias nociones/ de felicidad, rudimentos/ de cuerpos bienamados, noches/ equívocas, inercias, ansiedades”. El de Wallace Stevens: “La poesía es un esfuerzo del ser insatisfecho por encontrar satisfacción mediante las palabras”. De eso se trata, en efecto: de una especie de paisaje en ruinas después de un bombardeo, del cual Peri Rossi trata de rescatar fragmentos no siempre gloriosos ni amables y en el cual las palabras suelen ser alivio perentorio, provisional.
Ellas, las palabras, dan la primera pista: “sólo me crecen los años y los libros”, dice la autora en el poema inicial, “Mi casa es la escritura”, el cual habla, como todo el libro, de dolorosos tránsitos y pérdidas.


Mi casa es la escritura
[…]
el único fuego que no se extingue.

Mi casa es la escritura
casa de cien puertas y ventanas
que se cierran y se abren alternadamente
[…]
donde yacer
con la única compañía que no falla:
las palabras.




Y de inmediato aparece la nostalgia:


Ahora
en los días melancólicos
de tu ausencia

busco en el diccionario
no ya los objetos
que nos pertenecieron
[…]
sino el nombre del perfil
que dibuja la lluvia en mi ventana
(“Lectura del diccionario”)


Cuartos de hotel, aeropuertos, bares de la madrugada, juegos de computadora y comunicaciones virtuales… lugares para solitarios, son los escenarios del amor y el desamor, de la desesperanza. Un inventario de pérdidas, poesía que canta al dolor más que al regocijo, a la amargura de un medio siglo trunco:

Una vez perdí una guerra
perdí una ciudad
perdí un país
perdí una casa
perdí cinco mil libros
perdí a mis amigos
perdí un amor.
No es cosa ahora, a los cincuenta,
de perder también el insomnio
que me da la vida.
(“Noche de insomnio”)


El medio siglo es parada de análisis, pero no de reconciliación: “A los cincuenta/ ya nada es romántico/ todo el mundo ha aceptado el fracaso/ la hipoteca/ el matrimonio vulgar”, confiesa la autora en “Amor contrariado”:


Cuando a las dos de la mañana
te llamo por teléfono
desesperadamente
para decirte que haría el amor hasta morir
detesto que como un reloj cucú me des la hora
me preguntes
si he tomado la pastilla para dormir
si he ido al médico
si he entregado por fin
el artículo del periódico
si he cenado
bajo en colesterol.

Si hubiera hecho todas esas tonterías
estaría igualmente insatisfecha […]


Dura poética del dolor, de la insatisfacción, de los padecimientos físicos y emocionales de la edad adulta, de la vejez solitaria. Con una rudeza sin piedad, golpe tras golpe, Peri Rossi desdibuja un panorama desolador, implacable, desencantado, donde incluso alguna nueva conquista amorosa o recuerdo hermoso es considerado sólo “como una pausa/ como una tregua que la muerte/ le concede al goce”.
Es Habitación de hotel retrato y crítica a la vida posmoderna: la marca insoslayable de la soledad, la pornografía televisada, la anorexia como noción de lo bello, la ansiedad como norma, los juegos de computadora que sustituyen al deseo, los virus que se inoculan por medio de mensajes amorosos: “[…] ahora, en lugar de las cálidas noches desnudas/ sorbiéndonos los sexos,/ enhebro palabras en la pantalla del ordenador/ como las cuentas de un abalorio vaginal”, dice la autora en “Bookworm Deluxe”; y en “Nocturno urbano” cuestiona esta civilización en la que nos desintoxicamos pasando “de los orgasmos/ a los somníferos” y nos tienta, ya no tan escondido, el oscuro animal de los instintos:


Extraña civilización ésta
en la cual a las dos de la mañana
de cualquier martes
de cualquier jueves
o domingo
cientos de miles de personas
están circulando por la red
con mensajes abreviados
en lugar de tocarse
mamarse lamerse acariciarse.


A continuación les comparto algunos poemas de este excelente cuaderno, impactante, que difícilmente conseguiremos de este lado del Atlántico, debido a esa absurda compartimentación geográfica que estilan ahora los distribuidores de la literatura y que, la mayor parte de las veces, nos priva de conocer lo que se publica en el Viejo Continente.



BOOKWORM DELUXE

Te he cambiado por el Bookworm Deluxe;
ahora, en lugar de las cálidas noches desnudas
sorbiéndonos los sexos,
enhebro palabras en la pantalla del ordenador
como las cuentas de un abalorio vaginal.
AMOR, cien puntos;
OLVIDO, quinientos;
DESAMOR, seiscientos.
Caen las letras como la saliva caía en nuestros cuerpos
las fichas rojas anuncian un incendio que ya no es
de nuestras vulvas
y drogo mi insomnio senil
con la musiquita del ordenador
como antes escuchaba en mi hombro
tu respiración.
Te he cambiado por el Bookworm Deluxe
y te aseguro, me va bien el cambio:
como las grandes catástrofes
una vez que han pasado,
se siente dolor,
pero ya no se tiene miedo.


CENTINELA

Aquí todavía estoy contigo
en esta casa o útero materno
donde antes nos amábamos
entre las paredes que me aíslan
planta de invernadero que no tolera el frío.

Aquí todavía estoy contigo
custodiando el fuego del hogar
escribiendo y desescribiendo
cual Penélope en el telar del amor.

Vanos príncipes vanas princesas
golpean la puerta que no abro
pretendientes de un cuerpo que fue tuyo
que fue mío
que sigue siendo mío que sigue siendo tuyo.
Aquí todavía estoy contigo
entre las paredes que guardan las huellas del amor
como el código Amurabi
Me he quedado sola en nuestra casa
como el último soldadote una guerra ya perdida.

Velo las armas del amor
Velo los iconos de una religión ya sin oficiantes
feto desprendido de tu vientre
sudor de tus entrañas
Aquí, dentro de esta casa que todos llaman útero
—inesperadamente lúcidos—.
En el útero no hace frío.
En el útero no hay corrientes
En el útero duermo nado sonrío me quejo
me abrigo me unto me amparo me protejo.
Es posible que como los niños torpes
pasados los nueve meses no quiera salir,
digo, los nueve siglos.


MADUREZ

Contra la anorexia adolescente
el esplendor de la carne madura
abundante plena opípara
espléndido regalo de las diosas amables
a las señoras
de más de cuarenta años.


HOTEL CONQUISTADOR

La última noche
el vestíbulo iluminado

la gran araña central brillando

los sofás de fieltro engalanado

la música suave de la esterofonía

y aquel muchacho gay que nos miró con comprensión

trajo champagne

trajo dos copas

y nos invitó a brindar

Nos miramos con turbación
con asombro
con complicidad

No dijimos nada
sólo sonreímos

pero aquella noche
el mundo era plácido
cómplice benigno

aquella noche
en el hotel Conquistador

(ciudad de Córdoba, año dos mil seis)

durante un tiempo breve
como la luna

como el canto del agua en las fuentes moras

la paz era posible
el silencio tenía acordes

y el futuro parecía una seda
todavía núbil.


LITERATURA II

“Todo lo conviertes en literatura”
me reprochas, llorando

“cuando te deje, seguro que escribes
una novela contra mí”

no exageres, mujer

no da para una novela

quizás sólo para algún poemita

que luego leeré en público

y nadie sabrá que eras tú.

“Todo lo conviertes en literatura”
me reprochas, llorando

“cuando te deja vas a escribir contra mí”

entonces no me dejes,
te digo, besándote los ojos.

jueves, 31 de julio de 2008

Wu Tsao, poeta china




Allá en la China imperial, a principios del siglo XIX nació Wu Tsao. Aunque han trascendido pocos detalles acerca de su vida, se dice que fue hija de una comerciante y se casó con un hombre del mismo oficio. Ella, sin embargo, prefería la cercanía femenina, bien fuera como amigas o como amantes.
Escribió poemas eróticos dedicados a mujeres, cosa que a nuestra ignorante mirada occidental pudiera parecer un atrevimiento mayúsculo. Sin embargo, datos históricos hacen suponer que en la antigua China hubo una cierta tolerancia a las relaciones lésbicas. En su ensayo Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Los gays en Europa Occidental desde el comienzo de la era cristiana hasta el siglo XIV (Barcelona, Mushnik, 1992), John Boswell da cuenta de que Ying Shao, prefecto de Taishan hacia el año 190, afirmó que se conocía como dui shi el acto que “relaciona a dos mujeres entre sí como marido y mujer”. Según Fang Fu Ruan, en su Sex in China: Studies in Sexology Chinese Culture, se usaba la palabra mojinzi, que puede traducirse como “espejos frotándose”, para referirse a las prácticas tríbadas.
Cuentan estos estudiosos que en la mismísima corte imperial se realizaban casamientos grupales de lesbianas y que existían en Shunte, Fanyu y Sajiao, una especie de clubes exclusivos para mujeres denominados Asociaciones de la Orquídea Dorada, que sobrevivieron hasta el siglo pasado, al amparo de los cuales muchas de sus integrantes vivieron en pareja. Otras se casaban con hombres, pero mantenían amores lésbianos después del matrimonio. Estas mujeres podían adoptar niñas y otorgarles herencia. De modo que la existencia y aceptación de la poesía lésbica no constituye, entonces, un hecho asombroso.
Dicen que, ya en su madurez, Wu Tsao se convirtió en sacerdotisa taoísta. En la actualidad, es considerada una de las más importantes poetas chinas de todos los tiempos y ha recibido múltiples tributos póstumos. Porque un poeta no muere mientras viven sus versos, mientras siguen leyéndose y reinterpretándose sus cantos. Una de esas ofrendas, hecha más de una centuria después y desde el otro lado del mundo, es este hermoso texto de la excelente poeta argentina Diana Bellesi, perteneciente al cuaderno Tributo del mudo, incluido en The twins, the dream. Two voices, en coautoría con Úrsula K. Le Guin (Houston, Arte Público Press, 1996):


A WU TSAO

I

Húmeda y fresca la noche.
Un suave viento del este
trae y disipa bancos de niebla.
Sueño que veo tu rostro
frente a las lámparas.
Me sonríe tras el leve maquillaje,
mientras tu mano reposa en mi mano.
Amiga mía,
millones de años a través de los cuales el Universo
asciende y declina,
y vos allí,
en tu vestido transparente de seda
viendo caer
las flores de ciruelo sobre la hierba.


II

Beben el vino
y se recitan una a otra sus poemas.
Si supieran aquellos versos de Safo,
los dirían,
mientras se pintan una a otra las cejas
y extensas nieblas cubren el río:
-Qué pequeños,
qué hermosos los pies.


(Tomado de Cyber Humanitatis)



Les comparto, a continuación, una muestra de la lírica de Wu Tsao.




PARA LA CORTESANA CHI´NG LIN

Sobre tu esbelto cuerpo
Repiquetean los adornos de jade y de coral de tu cinturón
Como una compañía celestial que viene
del verde Paraíso Celestial de Jade.
Una sonrisa tuya cuando nos encontramos
Y yo me vuelvo muda y olvido las palabras
Tantas horas has recogido flores y
Te has inclinado sobre los bambúes
Tus verdes envolturas
Crecían verdes en el abandonado valle
Puedo imaginarte una joven sola
abrigando secretos pensamientos.
Tú brillas intensamente como una lámpara perfumada
Entre las sombras circundantes.
Jugamos juegos del vino
Y una a la otra nos recitamos poemas
Entonces cantaste "El que recuerda el sur del río"
Con esos versos que rompen el corazón.
Luego una a la otra nos pintamos hermosas cejas.
Quiero poseerte por completo
Tu cuerpo de jade
Y tu corazón prometido
Es primavera
Vastas brumas cubren los Cinco Lagos
Mi querida, déjame comprar un bote rojo
Y llevarte lejos



He cerrado las dobles puertas
¿En qué esquina de los cielos
Se encontrará ella?

Una flauta horizontal
Tras las paredes rojas
Como una suave brisa

Se mueven los sauces sedosos
En el demorado resplandor del ocaso

En su descanso las aves parecen ignorar mi melancolía
Una vez más abandono lánguidamente la cama
Luego de haber encendido un incienso
Vago por la enjoyada escalera
Lamento los años perdidos
Enferma, temerosa del frío, temerosa del calor
En tanto los hermosos días se iban yendo

Repentinamente me hallo frente al Banquete de los Muertos de Otoño
Constantemente perturbada por el tiempo cambiante
Pierdo la huella de la luz flotante
Que nos lleva a lo lejos

¿Quién removió los puentes vibrantes
de mi encarcelado salterio?

Me doy cuenta que de las veinticinco cuerdas
Veintiuna ya se han ido




Llueve amargamente en mi jardín
En este declinante otoño.
Yo sólo tengo vagos sentimientos poéticos
Que no logro reunir
Se disipan por entre las oscuras nubes
Y las hojas rojas
Después del amarillento ocaso
La fría luna se despierta
Entre la niebla melancólica
No descolgaré las persianas de bambú
De su gancho de plata.
Esta noche mis sueños seguirán al viento
Soportando el frío,
Hacia la torre de jade de tu hermoso cuerpo

jueves, 3 de julio de 2008

Rosamaría Roffiel

Foto: Rotmi Enciso


Si bien Juana Inés de la Cruz fue la pionera de la lírica de tono lésbico en la entonces América hispana, Rosamaría Roffiel lo es, sin duda, de la más reciente literatura mexicana. Veracruzana radicada en el DF, publicó en 1989 la primera novela abiertamente lésbica de la literatura mexicana: Amora. Es autora también del libro de cuentos El para siempre dura una noche y del poemario Corramos libres ahora (1986).
Ver leer en vivo a Rosamaría es inolvidable. Nerviosa, le da por hablar. Así como en la foto, enarbola el libro, se quita y se pone los lentes, juguetea con ellos mientras cuenta en detalles, con vocecita aparentemente ingenua pero con destellos de picardía, las experiencias que inspiraron cada poema. Así conocemos a aquellas mujeres que merecieron, a veces bastante inmerecidamente, el lujo de poblar sus letras y sus deseos, y luego las redescubrimos en cada verso, en cada sentimiento poetizado.
De Corramos libres ahora escojo para ustedes algunos poemas, con el gusto de compartir textos que he tenido el privilegio de escucharle a esa mujer especial y admirable que es Rosamaría Roffiel. Y es que no hay cómo no querer a La Ruffi. Escúchenla ustedes ahora desde su corazón.


LA SUAVE DANZA

Nos besamos
por el puro
absoluto
placer de besarnos
listones de lenguas
dientes como peces alados
festín de salivas
giros
valses
pájaros

tu boca ranura
cereza
grosella
mi lengua gaviota
cometa
sirena
se encuentran
se tocan
se enredan

marineras de un viaje
sin ida ni vuelta

tu boca es el mar
mi lengua, un barco de vela.



TUS SABORES

Para Julia


Tu sexo me sabe a naranja
a campo
a miel

Me sabe a volcán que se alza
a leyenda
a raíz que se prende a su ser
a puño cerrado
a patria
a ti

Tu sexo me sabe a mujer.



ALGUNA QUE OTRA VEZ

Hasta mi noche llegas
y te recuerdo fiera
celosa en mi caverna

y te recuerdo sirena
nadando entre mis pechos

y te recuerdo tierna
como paloma, tierna

y te recuerdo fuego
encendida de deseo

y te recuerdo plena,
antes del miedo



CÁNTICO

Me gustan las mujeres esdrújulas
sin brújula
sin mítica
con tónica

las que aman con las vísceras
las células
las glándulas

las rítmicas
intrépidas
impúdicas

las pérfidas
ingrávidas
poéticas
las mágicas
las lésbicas
lunáticas

Me gustas tú, Andrómeda,
erótica
magnífica
política
MUJÉRICA


No hay como escuchar un poema en la voz y el ritmo de su propio autor. En este video de Rotmi Enciso pueden oír a Rosamaría leyendo ”Gioconda” como parte de la mesa de poesía lésbica que tuve el placer de organizar en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, el pasado 28 de febrero de 2008.