jueves, 20 de noviembre de 2008

Amanda Castro, desnuda y sin tregua

Amanda y yo en Tegucigalpa, octubre de 2005


Gracias a Patty por su ayuda
para conseguir textos y fotos.


Anoche soñé que Amanda avanzaba por una estancia amplia e iluminada, como un salón de la Casa Presidencial donde esta noche recibirá el premio Hoja de Laurel en Oro que, para reconocer la trayectoria artística de reconocidas personalidades hondureñas, otorga la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes de su país. En mi sueño el camino no era fácil ni despejado, como tampoco lo ha sido en la vida. Alguien le disparaba por la espalda —¡como tantas veces!— y ella caía, pero de inmediato se incorporaba con esa sonrisa pícara que sabemos de memoria quienes tenemos el privilegio de conocerla, levantaba una especie de ametralladora y despachaba a su invisible ajusticiador.
Desperté un poco apenada por el tono hollywoodense de la anécdota onírica, pero el mensaje era claro: una vez más Amanda vencerá, sea cual fuere el enemigo, con sus mejores armas, que siempre han sido las palabras, su “palabra-mujer”. No en balde el próximo 25 de noviembre, Día Mundial de la No Violencia contra las Mujeres, será una de las autoras a las cuales la Asociación Nacional de Escritoras de Honduras homenajeará en su evento anual “Cuatro Voces”, para honrar su sólida trayectoria literaria y sus compromisos sociales.
Sus “quince minutos de fama” llama Amanda a esta conjunción de celebraciones que realmente son el resultado de años de trabajo y entrega a las causas de la literatura y de las mujeres de su pueblo, de nuestros pueblos todos. En una carta circulada hace unos días entre sus amigos y colegas más cercanos, Amanda confiesa que ha decidido:



Aceptar el premio otorgado por la SCAD de Honduras/ en un evento que se llevará a cabo en la casa presidencial/ por respeto/ NO a la casa/ ni a sus ocupantes/ sino a la mujer que me nominó para tal premio/ La Compañera Escritora/ Rebeca Becerra/ de quien aprendí hace tiempo/ todo lo que sé del sufrimiento/ de este país en la Década Perdida/ Rebeca ha estado siempre para mí/ ligada no sólo a los desaparecidos de Honduras/ sino también a nuestra incipiente literatura testimonial/ y es a mi juicio quien merece un premio/ Es por respeto a Rebeca/ y a tantas otras mujeres que se han visto retratadas en mis palabras/ que acepto en su nombre/ ambos reconocimientos/
Hablo sobre todo de las más de mil mujeres asesinadas en este país/ y para quienes nadie recuerda ni siquiera su nombre/ Aprovecho estos 15 minutos de fama que la vida me otorga/ para ponerlos a su servicio/ porque de qué nos sirve tener la vida/ y la fama/ si no es para el servicio de una colectiva mayor/
Después de mucha y sosegada meditación/ he decidido traspasar la honra a estas mujeres/ darles a ellas el merecido premio/ que tanto les hace falta/ sacarlas del silencio/ recordar su vidas/ celebrar sus vidas/ y condenar sus muertes a destiempo/ llevando a cabo una vigilia/ ayuno/huelga de hambre/ entre 20 y el 25 de noviembre/ o hasta que las demandas sean satisfechas/




Según Helen Umaña en sus Estudios de literatura hondureña (Tegucigalpa, Guaymuras, 2000), los poemas de Amanda Castro, “arraigadamente vivenciales”, apelan a “la utilización de un habla que, sin cómodos eufemismos y a contrapelo de buenas conciencias y defensores del stablishment, diga de sí y de su manera de captar el universo […] [donde] la condición de género constituye una desventaja”. Y agrega la estudiosa que en esos versos “toda la República de Honduras —visualizada como si fuese una mujer— se percibe violentamente estigmatizada”.
Más allá de la concepción como simple objeto/sujeto amoroso, la mujer es el tema principal de la poética de Amanda Castro. Ellas aparecen, reiteradas, en sus páginas poéticas, en las ensayísticas y en su actividad como promotora cultural y activista feminista. Es la fundadora de Ixbalam Editores, una casa que ha dado cabida fundamentalmente a las letras de las mujeres; fue compiladora de Otros testimonios: Voces de mujeres centroamericanas, que publicó Letra Negra en Guatemala (2001) y reunió y tradujo A Bilingual Anthology of Poetry by Contemporary Honduran Women que, con prólogo de Nela Río, fuera editado en Nueva York en 2002. Y esa entrega traspasa los marcos de la literatura y se desborda hacia su entorno en empeños comunitarios como el Proyecto Siguapate.
Amanda, querida, me sumo a los merecidos homenajes que te rinden hoy tus compatriotas publicando estos poemas de tu libro inédito Desnuda y sin tregua, que has tenido la gentileza de compartirme y que prologaré con sumo gusto. Mientras recibas tu premio a nombre de las mujeres hondureñas, estaré recordando los momentos que hemos compartido, casi todos alegres —¿te acuerdas aquella cena en el restaurante cubano en Teguz?—, desde aquel 19 de octubre de 2005 en que Tegucigalpa se llenó de las mujeres de todos los confines que asistían al XV Congreso Anual de la Asociación Internacional de Literatura Femenina Hispánica que organizaste. Ya he contado otras veces que ese día, a la salida del aeropuerto, junto a un cartel de Juanes anunciando un refresco de cola había otro que decía: “La política sí es asunto de mujeres. Es nuestro derecho”. En ese instante supe que allí todo sería humanamente intenso, distinto al acartonamiento de las solemnidades y los protocolos oficiales. Y no me equivoqué.
¡Enhorabuena, hermana! El camino apenas comienza. Y en él estamos.


Amanda Castro nació en Tegucigalpa el 21 de octubre de 1962. Ha publicado, entre otros, Poemas de amor propio y de propio amor (1990); Celebración de mujeres (1993), Onironautas (2001), La otra cara del sol (2001), Quizás la sangre (2001), Una vez un barco (2004). Es doctora en filosofía por la Universidad de Pittsburgh y vive a saltos entre Honduras y Estados Unidos.



Satinada pantalla de la noche

Frente a esta satinada pantalla
tus labios envuelven mi cuerpo
me palpás completa
te palpo infinita
mar en calma
—la profundidad de mi piel
hundida en la tuya—
el palpitar de tu sangre
fluyendo en mis labios
bestia en celo
ansiosa y desatada

Tus labios
henchido deseo
en mi boca
manantial de lirios florecidos
y sé que te amo
en este desierto infinito de la memoria
alargada por los sueños

Te veo de pie
tras mis hombros
levantando mi pelo
tu aliento escurriéndose
apenas roza mi piel
y dejo caer el peso de mis años
para amarte una vez más

Reís
con la sonrisa de una mujer joven y libre
y nos veo adolescentes
explorando nuestros cuerpos
igual que la primera canción
redondeando la curvatura
de un seno despierto
con el toque y la humedad
de las lenguas
la endurecida punta
para complacer

Y me veo
lamiendo tus labios
prolongándome la vida
y acercándome a la muerte
envuelvo mi lengua con las palabras
que me has dado siempre
y te encuentro sentada en Mi Centro
—que ahora es el Tuyo—
y saboreo la sal de tu angustia
que lo absorbe todo

Con tus gritos tiernos
epitafios de placer
libero tu pelo
ondeando al viento otoñal
de nuestras costas
transparentes y profundas
estoy
apaciblemente tierna
rodeada por tus piernas
—barco por fin anclado—
aflojo de mi pecho
su amargura
—Me entregás todo—

Me elevo por los aires
con los duendes
que despiertan entre mil llagas
mi piel adormecida
el sollozo de mi llanto
placentero y pleno
salpica tus mejillas puras

Mi eterna compañera
te veo en la cocina sonriente
tragándote las gotas
que resbalan de mi frente
de mi pubis
tu lengua recorriendo
el abdomen contraído
de deseo
y subís
y subís
hasta los pechos
tus dientes los dominan dulcemente
y me estremezco una vez más
el sol y el mundo desaparecen
ante mis ojos
—ah!! la nada existencial!—
vivir la vida entera en un segundo
y soy bajo tu piel
la sangre que nos une
en nuestro lecho
y soy bajo tu piel la mujer que había soñado ser
y soy la mujer que ama a otra mujer
y soy tu mujer
y soy por fin quien soy



Extensión de las horas

Has venido a convertirte en todo
Extendiendo mis horas
repaso en mi memoria
tus ojos
relámpagos fugaces
fugitivos
tus manos
universos diminutos
de ternura y miel
la humedad
de tus labios
desatando en mis entrañas
una bestia adormecida
la curva de tu cuello
entre mis manos
trémula
tu olor a nardos y deseo
el eco profundo de tu voz
en despedida

Mi entraña arremetida
contraída
alada en convulsiones
derramándome toda en tu recuerdo
día y noche
con el constante salto
entre la piel y la esperanza
buscando una excusa para llamar
para escuchar tu voz
como granizos en mi espalda
para sentir de nuevo este hoyo
para sentir de nuevo
en tus labios este dolor
que atormenta mis pasiones
y mis sueños



Under the skin



I’ve got you under my skin
I have got you so deep in my heart
that you’re all ready a part of me.
Diana Krall

Escribo
para vos
estos poemas
de amor
entre mujeres
abrazando
de una vez
mi existencia
y el poderoso cordón
que enlaza nuestros vientres
en la noche
a oscuras
en el silencio
de esta soledad que habito
Porque sólo palabras
puedo darte
—son lo único esencialmente mío—
porque sólo narrando
tu historia
se teje con la mía
en la noche
a oscuras
Porque sólo las palabras
me permiten acariciar tu pelo
a la distancia
y en la memoria
porque sólo deslizando mis manos
sobre las teclas tenues
puedo sentirte
igual que a una canción
al interior de mis sentidos
porque sólo las palabras
pueden hablar de este compás
que marcan tus caderas
en mi pubis
Sólo las palabras
me permiten recorrerte entera
en un verso
en la noche y a oscuras



Primitivo amor

Primitivo es este deseo
de acercarme a tus labios
nuevamente
y morder tiernamente
tu cuello
sin llegar a lastimarte

Primitivo es este eco
que se agolpa entre nosotras
cada instante
recorriendo nuestras fuentes
como esferas de colores
—kundalini estremecido—

Primitiva es esta voz
que me despierta
el roce de tu piel
y una caricia prometida

Primitivo es este líquido
que derramo
sobre papeles blancos
como la sangre intensa
acumulada en el deseo
doloroso de mis labios

Primitivo
es este amor
que te propongo

Dibujo de Patricia Toledo

martes, 4 de noviembre de 2008

Sor Juana, la peor de todas

Cartel de la exhibición en inglés de
Yo, la peor de todas

En San Miguel Nepantla, un pueblito asentado a los pies de los volcanes, en las inmediaciones de la barroca capital de la Nueva España, nació el 12 de noviembre de 1648, según algunos, o de 1651, según otros, una niña a la que pusieron por nombre Juana. La De Asbaje y Ramírez de Santillana no era una niña “normal”: muy pequeña, aprendió a leer a escondidas de su madre y en 1659, a los ocho o diez años, ganó un premio por una loa al Santísimo Sacramento.
Mucho tiempo después escribiría en su Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz: “desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que he tenido muchas—, ni propias reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”.
En 1660 es enviada a casa de su tío Juan de Mata en la ciudad de México, donde en 1964 es recibida en el Palacio de los Virreyes, sitio que frecuentará en lo adelante, al convertirse en dama de honor de Leonor Carreto, marquesa de Mancera, y favorita de las siguientes virreinas, especialmente de la condesa de Paredes, a quien dedicará encendidos versos. Quienes vimos Yo, la peor de todas (1990) de María Luisa Bemberg —basada en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe de Paz—, seguro recordamos especialmente aquellos encuentros vespertinos con la virreina a quien, como buena ricachona poderosa, en su afán de halago y reverencia, le encantaba la calentadera.
Las imágenes de la Bemberg en aquella película que vi en el cine Yara de La Habana, en un Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, se mezclan ahora con el escenario real: ese imponente convento de San Jerónimo que hoy acoge a la Universidad del Claustro de Sor Juana. En el patio rodeado de galerías, retumban las voces del acto en el cual, en 1669, profesó con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz. Allí tendría una celda de dos pisos que fue su refugio de creación y en punto de reunión de poetas y escritores novohispanos, como su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora. Ahí la imagino, gracias a la Bemberg y a la pintura colonial mexicana, puliendo sus versos, debatiendo de filosofía, haciendo experimentos científicos, fantaseando —¿o realizando?— sus romances.
Cultivó todos los géneros literarios, sacros y paganos. Desde la lírica y el teatro hasta la epístola. Inmersa del espíritu barroco, hermanada con Góngora, Calderón y Gracián, es la máxima figura de las letras latinoamericanas del siglo XVII. En 1680 dirige el Arco Triunfal con que se recibe en la Catedral Metropolitana a los virreyes de Paredes; en 1689 se publica en Madrid el primer tomo de sus obras, Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, sor Juana Inés de la Cruz, que es reeditado un año después; en 1692 ve la luz el Segundo volumen de las obras de sor Juana Inés de la Cruz.
Pero la fama de la jerónima, sus “irreverencias” e “impropiedades”, causabas demasiados escozores. A su confesor, Antonio Núñez de Miranda, le disgustaban sus actividades intelectuales, atípicas en las mujeres de su época, y varias veces la instó a renunciar a ellas. Después, se vio involucrada en la disputa teológica con el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, que diera lugar a su famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Fruto de esa envidia y ese celo, mientras en Europa eran reeditadas sus obras y devoradas como pan caliente, fue obligada a despojarse de su biblioteca y de su colección de instrumentos musicales y científicos, y a renunciar a la literatura. Así la sorprendió la muerte en la madrugada del 17 de abril de 1695. Cinco años después se publicó en España el tercer tomo de su obra, Fama y obras póstumas del Fénix de México.
A pesar de su diatriba a Sor Filotea y de “Hombres necios que acusáis/ a la mujer…”, que tanto nos sirven hoy como banderas, no había en aquellos ya lejanísimos ayeres conciencia feminista y mucho menos lésbica. En los textos que van a leer a continuación, de sus Sonetos de amor y de discreción, sólo está el puro fluir del sentimiento y del impulso creativo que, atrevida como era, tantos desaguisados le provocaron a la Madre Juana, “la peor de todas”.




En que satisface un recelo con la retórica del llanto.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.



Que explica la más sublime calidad del amor.

Yo adoro a Lysi, pero no pretendo
que Lysi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y aprehensión ofrendo.
No emprender, solamente, es lo que emprendo:
pues sé que a merecer tanta grandeza
ningún mérito baste, y es simpleza
obrar contra lo mismo que yo entiendo.
Como cosa concibo tan sagrada
su beldad, que no quiere mi osadía
a la esperanza dar ni aun leve entrada:
pues cediendo a la suya mi alegría,
por no llegarla a ver mal empleada,
aun pienso que sintiera verla mía.


De una reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión.

Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba;
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro,
rendido el corazón daba penoso
señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso
volví en mi acuerdo y dije: —¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?


Que contiene una fantasía contenta con amor decente.

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra pasión mi fantasía.


Discurre inevitable el llanto a vista de quien ama.

Mandas, Anarda, que sin llanto asista
a ver tus ojos; de lo cual sospecho
que el ignorar la causa, es quien te ha hecho
querer que emprenda yo tanta conquista.
Amor, señora, sin que me resista,
que tiene en fuego el corazón deshecho,
como hace hervir la sangre allá en el pecho,
vaporiza en amores por la vista.
Buscan luego mis ojos tu presencia
que centro juzgan de su dulce encanto;
y cuando mi atención te reverencia,
los visuales rayos, entretanto,
como hallan en tu nieve resistencia,
lo que salió vapor, se vuelve llanto.