martes, 30 de noviembre de 2010

Cuerpos y soledades de Artemisa Téllez




Según los evangelios apócrifos, aquellos que las iglesias cristiana no reconocieron entre sus escrituras fundacionales, Lilith fue la primera mujer, la primera esposa de Adán, no salida de su costilla sino creada por Dios como unidad independiente, exactamente igual que el primer hombre. Cuentan que Lilith se negaba a quedar debajo de su marido no sólo en las relaciones coitales y que, para que nadie la obligara a hacerlo en contra de su voluntad, huyó del Edén por decisión propia, abandonando incluso a sus hijos, y fue a asentarse a orillas del Mar Rojo.
Entonces el Creador, para corregir su “error” y no dejar desamparado a su hijo varón, siendo que tan inútil fue siempre, creó a Eva, la que nos “vendieron” luego como la “primera mujer” porque los jerarcas de aquellas iglesias originales y luego los que aprobaron qué libros eran convenientes y cuáles no para integrar la Biblia, satanizaron la figura de Lilith por su rebeldía y autonomía y le crearon la leyenda negra de que era una demonia, novia de Satán, que robaba recién nacidos de sus cunas, cuando en realidad fue amenazada de que si volvía al tal Jardín a sembrar su mal ejemplo entre otras mujeres, sus hijos sería asesinados con lujo de crueldad, como se acostumbraba en aquellos tiempos primeros y primordiales, según es fácil apreciar en los libros sagrados.
Con una invocación a Lilith —que es, además, homenaje y filiación— inicia este Cuerpo de mi soledad que nos regala Artemisa Téllez en este tomo recién salidito del horno de la colección Aquelarre. “Mujer loca hecha de viento […] voladora e impura”, llama Artemisa a la insumisa y la convoca a que sea una de nosotras, o a que seamos ella o sus hijas, que “no nos dé por la monogamia,/ la abnegación ni la servidumbre”, mujeres dueñas de nuestro destino y de cada paso.
Aliento y sonoridades clásicas se respiran en la intención métrica, sintáctica, rítmica y estrófica de este Cuerpo de mi soledad dividido en tres partes: Cuerpo, De mí y Soledad, títulos que juegan entre ellos para formar el nombre general de esta colección en la cual hay, al decir de su autora, “poemas marcados de sal”, pero también “gitanerías y carnavaladas”, alegrías y pasiones más o menos desbocadas, que es como debe ser toda pasión que se respete.
El cuerpo, fuente del gozo y del dolor, el mismo que Lilith no quiso domeñar bajo la insulsa lujuria del marido; ése, “el cuerpo expectante” —los ojos, las sienes, las manos, la boca naufragio, los labios, el vientre donde zurcir palabras—; ése, pues, el cuerpo, es la materia —sangre y sustento— donde Artemisa asienta y eleva la poesía. Cuerpo espejismo, artificio y fuego prometeico, “paraísos que perdimos” y encontramos.
Cuerpo suyo de soledades y también de compañías. Porque varias mujeres —incestuosas y hermanitas— habitan estas páginas. Desde la amante ingrata, perdida o imposible, hasta la voz tras la que se oculta y se asoma la autora, esa “alegradora/ arena de su mar/ escribidora” con “el cuerpo expectante” y su “esencia/ de mujer y de lesbiana”. Con ella conviven, entre otras muchas, verso tras verso, la que apela a su humana y amatoria ambivalencia cuando afirma “jamás diré/ que fuiste mía”, pero al mismo tiempo, “jamás diré/ que no te tuve”; aquella que, “vacía de palabras, rota”, se regodea en ciertas “soledades/ más allá de la razón” y espera “el dulce beso de la muerte”, pero también la que decreta —ese verbo tan de moda—: “soy el camino […] y tú, el horizonte”, lo cual quiere decir que seguiremos avanzando —ella, nosotras, todos—, con paso cierto, y repitiendo: “No me callo, no me aguanto/ no tengo por qué soportar/ no me doblego ante nada”.
Celebro con sumo gusto este libro en el que “Cenicienta se suicida” y dos incestuosas hermanitas comparten el amor de una “guerrera/ con ínfulas de bruja”, hija sin dudas de Lilith y, antes de dejarlos con una breve muestra de esta poesía, rescato para el final —que siempre será un nuevo principio— esos versos que dicen: “me queda siempre/ bajo/ la/ manga,/ una esperanza breve”.



ORACIÓN A LILITH

Mujer loca hecha de viento
Lilith voladora e impura
rompe el espacio y el tiempo
y ven a nos sin premura.
Insumisa y primigenia madrastra
de las Evas rechazadas hijas
haz que en nuestros blancos lechos
nunca falten besos, calor ni compañía:
que las estrellas nos iluminen
que nunca se acabe el deseo ni el vino
y que no nos topemos nunca
ni opresor ni cadena por nuestro camino.
Que no nos dé por la monogamia,
la abnegación ni la servidumbre
y que siempre seamos leales
a nuestra naturaleza de brisa y lumbre…



SUR

Quisiera mirarte,
tenerte,
zurcirte
en el vientre
las palabras
que resuenan
en los huecos
de mi mente.
Llenarte
las manos
con estos
espacios rotos
que me quedan
entre el aire
y tus rincones
ignotos…



MÍAS

Tengo dos amantes,
dos esposas, dos amigas:
una que ya no es
y otra no, todavía.
Por las dos yo velo y pienso
y por las dos me preocupo:
de ninguna nada espero
más que, tal vez, a futuro.
Las dos se parecen mucho,
se gustan, se conocen;
las dos son amigas
entre ellas, mías
y a la larga o a la corta
todas somos familias;
mujeres locas de viento,
incestuosas hermanitas…



CARNAVALESCA

A Gugus, que no conocía el mar

Gitanerías y carcajadas,
panderos, sonatas,
besos y champaña;
las manos unidas,
los pies que no paran
patinan el aire
en eróticas danzas.
En la lejanía,
de estrellas rodeada,
la luna nos mira
con su gorda cara.
Gitanerías, carnavaladas,
caminos jarochos
de locura y danza,
los días de marzo
que nunca se acaban
en estos caminos
de lascivas galas.
Frente a nuestros ojos
pasa la comparsa
tres mil corazones
nos vuelven la espalda,
nos damos un beso
salado de playa
y obscura nos cubre
la noche encantada.
Gitanerías y carcajadas,
rumbas y danzones
invaden las almas
y junto a las horas
de azul mascarada
la mar canta eterna
un vals que no para…



NORTE

Soy el camino,
un camino
y tú, el horizonte.
Soy la brisa,
tú la lluvia,
tal vez luz,
tal vez el norte…
Pero jamás diré
que fuiste mía,
jamás diré
que no te tuve,
porque ese suelo
que pisa el caminante
sin ser su propiedad,
lleva su nombre…

8 comentarios:

Mayra dijo...

Excelente reseña. Gracias por la propuesta.

Escombros Hablaneros dijo...

Me han encantado eso poemas, gracias por darlos a conocer.

Haideé Mata dijo...

Hermosa y sutil escritura la tuya Artemisa.

Creación divina es la poesía que en manos de artesanas de la palabra, da como resultado el suave eco de las olas de un mar apacible y al mismo tiempo, el impetuoso choque del mar en las rocas cuando embravecido grita el nombre de las mujeres amadas.

De momento me quedo con "Mías", me la apropia, la hago mía y después te la devuelvo.

Gracias por regalarnos a Artemisa Téllez convertida en palabras, en Diosa.

Un beso cálido en la mejilla.

Anónimo dijo...

ME LO HE DISFRUTADO EN GRANDE ....QUE HERMOSURA ..
ABRAZOS
TU SIEMPRE
ALINA

jtg dijo...

Buen texto éste (en Sáficas) Qué casualidad, hace muy poco usé a Lilith en un poema. Es un mito muy sugerente...

Artemisa Téllez dijo...

Gracias, reina. Te mando besos de amor...

Lu Robles dijo...

Gracias Odette, leerte siempre es un placer, lo mismo digo de Artemisa, ambas brujas de las letras, conjuradoras, narradoras, mujeres que mueven mis ideas, rico lo que compartes, muchas gracias,


saludos desde guate,


Lu

Carmen Karin Aldrey dijo...

Muy buena reseña! Excelentes poemas.
Abrazos,
CKA